Ante los problemas que enfrentamos los mexicanos, algunos políticos traen de novedad el ofrecer cada cual, su propio "proyecto alternativo de nación".
La moda tiene una connotación autoritaria, porque la nación es el conjunto de personas unidas por el idioma, costumbres, religión, raza, etcétera, como notas características que dotan al grupo humano de una identidad específica y un destino histórico común.
La nación es una realidad y quienes ofrecen su "proyecto de nación" quisieran amoldar el modo de ser de la sociedad mexicana a su propia oferta, cuando lo que necesita nuestra sociedad en términos políticos es una nueva relación con el Estado. En otras palabras, requerimos un proyecto de Estado que responda a las aspiraciones de la sociedad y no a la inversa.
Para muestra tomemos el tema de la educación. El jueves pasado en la sección financiera de El Siglo de Torreón, aparece una declaración de Augusto de la Torre, economista en jefe del Banco Mundial para América Latina y el Caribe, quien dijo que el rezago de la productividad en México es "un misterio".
La apreciación no es nueva, el Foro Económico Mundial ordenó un estudio a la Universidad de Harvard para explicar la falta de impulso y el pobre desempeño de la economía mexicana, a pesar de la disciplina financiera sostenida por el Gobierno Federal en los últimos años. La conclusión que contiene el "Informe de Competitividad de México 2009" presentado al presidente Felipe Calderón, reveló que las causas de nuestro subdesarrollo no dependen de condiciones económicas en sentido estricto, sino de la baja calidad de la oferta educativa nacional.
La educación pública en México es un lastre, porque depende de un monopolio de Estado que entre muchos vicios ha generado el peso muerto que significa el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, SNTE, dedicado en los últimos tiempos más que nunca, bajo el mando de Elba Esther Gordillo, a la aventura político-electoral en la que el apoyo de los maestros es ofrecido al mejor postor.
Es necesario mejorar la educación en México y el reciente decreto del presidente Calderón que hace deducible el pago de las colegiaturas de las escuelas privadas, aunque rompe un paradigma negativo es insuficiente, porque lo que se requiere es todo un plan de impulso a la educación privada, que como tal es una expresión variada y plural de la sociedad de abajo hacia arriba.
Para ello es preciso dejar atrás la lucha dialéctica entre educación pública y educación privada que campeó durante los gobiernos priistas, y pensar una política de Estado en dos vertientes que apoye tanto a una como a la otra.
No se trata de oponer el sistema privado en contra de la educación pública o hacer que uno prevalezca sobre la otra, sino en promover el mejoramiento en competencia en todas las opciones posibles.
Ambos sistemas enfrentan el reto de calidad académica tanto de contenidos como pedagógica y la atención a problemas tales como la falsa disyuntiva entre educación tecnológica y humanística; el tema de la educación media y las salidas laterales; la inclusión de valores; la vinculación con los procesos productivos; el gran desafío de la investigación, etcétera, lo que con seguridad en la competencia que se suscite, no tendrá un resultado en blanco y negro sino en matices de muchas clases.
En tal supuesto el Bono Educativo se propone como un instrumento en virtud del cual el Gobierno ya no arroje cantidades ilimitadas de dinero al barril sin fondo de las instituciones públicas, sino que exista la opción de que la reciban en forma directa a los alumnos, a fin de que el estudiante acuda a la escuela o universidad de su preferencia, disponiendo de una cantidad equivalente al costo promedio de la educación pública en el nivel de que se trate.
El poner en práctica el Bono Educativo, generará un proceso de toma de decisiones respecto al futuro de la educación en el marco de una sociedad abierta y plural, que experimenta responsablemente para encontrar soluciones flexibles y variadas al rezago educativo nacional.