Siglo Nuevo

Cada cual su miedo

OPINIÓN

Cada cual su miedo

Cada cual su miedo

Adela Celorio

El miedo es natural en el prudente

y el saberlo vencer, es ser valiente

Alonso de Ercilla

Pasadas de moda, hoy las brujas ya no asustan a nadie. El miedo se ha modernizado y los japoneses lo sienten por la lluvia radiactiva, los ingleses por el rumbo incierto de su economía, los españoles por el paro, y hasta en países donde la sociedad es tradicionalmente pacífica como Noruega, la gente ahora vive bajo la amenaza de que cualquier día aparece un loco que se despacha a sangre fría algunas decenas de personas.

La creciente ola de violencia que sufren algunos estados de nuestro país nos amenaza a todos. Tememos al cáncer, a la obesidad, al cambio climático y al fin del mundo, que según una profecía maya ocurrirá el próximo agosto de 2012.

Cada cual elige su miedo, los hay para todas las sensibilidades. Los míos son sencillitos, sin importancia. Los conocí de niña cuando a medianoche los gritos, los insultos, los golpes de objetos arrojados contra la pared, me despertaban. El techo del mundo caía sobre mí. Con el corazón detenido saltaba de la cama para recorrer el pasillo en la oscuridad, orientada sólo por mi mano que deslizaba por la pared hasta tocar el marco de la puerta cerrada de la recámara de mis padres. ¡Mamita, papito, por favor ya no se peleen! ¡Ábranme, déjenme entrar! ¡Tengo frío! Gritaba yo sin que se abriera la puerta, mientras hecha un charquito de lágrimas y mocos, imaginaba todos los horrores que puede imaginar una chiquilla de cinco o seis años cuando sus padres se agreden. Después, el silencio como una caverna profunda me asustaba aun más. Descalza y helada volvía a acurrucarme en mi camita y a sentir el otro miedo cuando el frío de las sábanas mojadas me despertaba, sólo para esperar a la mañana siguiente el castigo por mi incontinencia.

Otro miedo que flota en mi memoria es aquél que sentí en una cabalgata en la que yo seguía a mi padre montada en una yegua que por mansa y lenta llamaban la Viejita. Todos los amigos desmontaron para cruzar a pie un viejo puente colgante; excepto mi padre y yo, que por sus puros cojones tuve que seguirlo en mi torpe cabalgadura rezando para que entre uno y otro travesaño la Viejita no metiera una pata en el vacío y voláramos las dos al precipicio.

Siendo ya mayor me han congelado la sangre otros miedos como aquella noche en que, turista al fin, equivoqué la estación de metro y perdida en una solitaria calle de Londres a las 10:00 de la noche y con un viento cavernoso que evocaba a Jack el Destripador, vi cómo de la nada aparecieron dos hombres en una carreta jalada por un caballo. Al verme se dirigieron hacia mí, que aterrorizada no entendía lo que decían, hasta que uno de los dos se bajó de la carreta y caminando con decisión en dirección mía, puso una cámara en mis manos y me pidió que les sacara una foto... que debe haber salido movida por la incontrolable tembladera de mis manos.

En esos casos uno no siente miedo sino que se convierte en el miedo mismo. Hay memorias enterradas que una vez activadas vuelven a erizarnos el cabello; y no está mal, porque las cosas peligrosas hoy lo serán mañana, y necesitamos recordarlas para protegernos en el futuro.

Sentir miedo es saludable porque es el sistema de seguridad con que nos dotó la Naturaleza. Lo enfermo es perderlo. Lo insano es familiarizarnos con el horror, escuchar sobre decapitaciones, torturas, secuestros, ¡sin escandalizarnos! Convertir las atrocidades que estamos viviendo en comentarios frívolos.

Lo enfermo es habituarnos de tal manera al horror, que podamos contar los muertos nuestros de cada día y sin perder el apetito sigamos desayunando.

Correo-e: adelace2@prodigy.net.mx

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