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Calderón claridoso

JULIO FAESLER

Hacía falta que de nuevo escucharan los funcionarios y legisladores norteamericanos lo que el presidente Calderón les dijo durante la LXI Asamblea General de Naciones Unidas el miércoles de esta semana.

Tranquilas sus conciencias con las formas de cooperación con México, siempre decididas por ellos como, por ejemplo a través del Plan Mérida, era tiempo que México una vez más, señalara desde la más alta tribuna mundial con sencilla y contundente claridad, que el origen de las decenas de miles de muertos en México y América Latina está en la incontrolada drogadicción del pueblo norteamericano que subyuga al 30% de su población.

Los Estados Unidos han acabado por ser el gigante gulliveriano que por el momento nadie puede sujetar solo, pero con el paso de los acontecimientos, va siendo sometido con el peso de la miríada de culpas acumuladas durante sus doscientos treinta y cinco años de existencia. Igual le ha pasado a Europa apaciguada ya tras sus dos milenios de historia de conquistas.

No sólo está México agraviado por las mortales consecuencias que sufrimos por el consumo de narcóticos en el vecino al norte, sino porque, además de ello, se nos endosa la protección legal de que gozan la industria armamentista norteamericana y sus comerciantes vendedores de armas de todo calibre. A ese siniestro tráfico y contrabando que la acompaña se añadió el macabro Programa "Rápido y Furioso", que resultó en increíble ironía orquestada por una de las agencias oficiales de aquel gobierno durante un extendido período.

Calderón en la ONU demandó la firma de un Tratado Internacional sobre el Comercio de Armas que entre sus objetivos, impidiese el desvío de éstas a actividades prohibidas por el derecho internacional.

No se trataba de añadir carga a los muchos problemas que figuran en la ya muy complicada agenda de Barack Obama, que encima de todo, tiene alineadas en su contra las fuerzas más oscuras del conservadurismo nacionalista de su país, reforzadas por una mal ocultada repugnancia hacia el color de su piel.

Lo que puede entender el presidente Obama es que la acusación que México endereza se traduce en presión en electoral que, en primer lugar, le ayude a vencer el hasta ahora invencible cabildeo a los miles compatriotas suyos traficantes de armas que descaradamente lucran amparados en la anacrónica Segunda Enmienda Constitucional abasteciendo sin freno alguno a los criminales de las mafias mexicanas.

Las palabras de Calderón no son expresión de impaciencia ni de típica frustración de fin de sexenio. No es la primera vez que lo dice, pero sí cobra importancia su denuncia ante la Asamblea General, porque ello sirve para ubicar la oportunidad de la campaña "Royal Tour", documental televisivo que se difunde en estos días en Estados Unidos promoviendo nuestro turismo.

Dos puntos resaltan. En primer lugar, el mundo debe saber que al estar luchando nuestro país sin tregua contra los narcotraficantes que surten al mercado norteamericano y con todo y las noticias que se difunden sobre la violencia que de ella resulta, y que desde el Foro de NNU el presidente explicó sin ambages, no está restando un ápice del fabuoso atractivo que México ofrece al turista internacional.

El segundo punto, está en el llamado a la conciencia que desde México se hace al gobierno de Estados Unidos de su obligación moral de frenar el consumo de los millones de adictos en los Estados Unidos. El llamado de Calderón no son palabras al aire. No se hace ilusiones. Si "pueden, no quieren o se resignan a seguir vendiendo armas y consumiendo narcóticos, entonces el gobierno norteamericano tiene que buscar otras alternativas".

¿Cuáles? Una será extender los programas terapéuticos oficiales incorporando a más organizaciones ciudadanas y religiosas para intentar sanear la vida de ese país y reducir el número de muertes por esa adicción calculadas en 20,000 cada año. Otra, la legalización del consumo, producción o comercio de drogas no está considerada a nivel federal de ninguno de los dos países, pero el cultivo de la marihuana, droga "suave", se propicia y aumenta en algunos estados norteamericanos como California. Siendo realistas, es una noticia grata.

La adicción en Estados Unidos debe surtirse más, con evidente ventaja logística, de la producción doméstica que de la importada, no sólo de las variedades cultivables en casa, sino de las industrializadas o "diseñadas". Así se trasladará a su propio territorio la sangrienta rivalidad de las mafias americanas y extranjeras que comercian y distribuyen narcóticos. Las finanzas americanas se beneficiarían al contenerse la multimillonaria fuga de divisas al exterior, uno de los aspectos que más preocupa a la banca y al fisco. Y nosotros por fin nos libraríamos de las matanzas callejeras.

A medida que en México tengamos éxito en volver crecientemente costoso, en términos de vidas y dinero, el gran negocio de las mafias que producen y trasportan drogas hacia el norte, avanzará nuestra campaña contra dicho tráfico y con ello, la supresión de la gran violencia que la acompaña.

Los 22 millones de adictos americanos se surtirán, quizá con menos carga de conciencia, de su propia producción. La serpiente va mordiéndose su cola.

juliofelipefaesler@yahoo.com

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