México está atrapado en las contradicciones en el gravísimo conflicto de la narcoviolencia.
Mientras el pueblo exige firmeza de las autoridades para poner alto a las bandas de delincuentes, varios sectores protestan por la intervención del Ejército.
Mientras el presidente Felipe Calderón insiste en no cambiar su estrategia en tanto no surja otra mejor, el expresidente Vicente Fox proclama en el extranjero que la mejor solución sería legalizar las drogas.
Mientras políticos y partidos se quejan de la "guerra" contra el narco que ha cobrado 35 mil vidas en poco más de cuatro años, las cámaras legislativas no concretan las reformas legales necesarias para enderezar al país en todos los ámbitos.
Mientras el Gobierno de Estados Unidos proclama por primera vez en muchos años su reconocimiento a la lucha de México contra los cárteles, en los hechos no ha sido capaz de frenar el flujo de armas y menos el consumo de drogas entre los norteamericanos.
Mientras corporaciones policiacas y militares refuerzan sus acciones contra la delincuencia, el contubernio de agentes y jefes con los zares de la droga sigue a la alza.
Mientras los medios de comunicación sufren las agresiones e intimidaciones por parte de los narcos, varios deciden abrazar la autocensura y callar la realidad que se vive.
Mientras los intelectuales critican a diestra y siniestra por la crisis de seguridad que vive México, ninguno es capaz de proponer un plan o una salida viable a tan complejo asunto.
Mientras Estados Unidos reconoce su responsabilidad en el disparo del narcotráfico, en la realidad culpa a los cárteles de México de cruzar la frontera y de operar en más de 230 ciudades el negocio de la droga como si no existieran grupos norteamericanos involucrados.
La actividad del narcotráfico entre México y Estados Unidos data de los años cuarenta cuando se incrementó el consumo de marihuana y heroína al término de la Segunda Guerra Mundial y que ha ido in crescendo al paso de los años.
Se trafica grandes volúmenes de droga hoy en día ante el aumento en el número de adictos y el mayor poder de compra de los norteamericanos.
Las cosas se complicaron cuando en los años ochenta y noventa las mafias mexicanas pasaron de simples intermediarios a tomar el control del negocio, especialmente del comercio de cocaína que antes era manejado directamente por los cárteles sudamericanos.
Por ello es muy explicable la reacción virulenta de los delincuentes ahora que se les quiere despojar del negocio que han manejado durante varias décadas.
Vicente Fox dijo al llegar a Los Pinos en el años 2000 que emprendería "la madre de las batallas" contra la delincuencia organizada, pero años después da marcha atrás y propone la legalización bajo el argumento de que habrá menos daños humanos y materiales.
Estados Unidos a su vez ofrece recursos, armas y refuerza su frontera como si se tratara del Muro de Berlín, pero sin atacar a fondo a los cárteles norteamericanos ni tampoco el flujo de dólares que son finalmente los que hacen poderosos a las mafias mexicanas.
Por su parte, el presidente Felipe Calderón truena contra los críticos de su estrategia anticrimen y demanda que los reclamos de "¡Ya basta!" y "¡Estamos hasta la madre!" se enderecen en contra de las organizaciones criminales y no contra su gobierno ni las fuerzas armadas.
Al final del día Calderón y sus colaboradores no han sido capaces de formar un frente común de sectores y ciudadanos contra la delincuencia, especialmente por la desconfianza ancestral que existe hacia el aparato policiaco y judicial.
En Colombia han logrado avances importantes en el combate al crimen organizado, pero en México las contradicciones siguen a la orden del día con una estrategia cuestionada y un panorama nada favorable a corto y mediano plazo. Las narcofosas en Tamaulipas con sus 126 cadáveres son una muestra de ello.
Para colmo ya viene la sucesión presidencial de 2012 lo que complicará todavía más el escenario social y político.
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