La rebaja en la calificación de la deuda de Estados Unidos (EU) por parte de la agencia calificadora Standard & Poor's (S&P) el viernes pasado, además de que causó al inicio de esta semana un gran revuelo en los mercados financieros, volvió a poner en las marquesinas la función de estas agencias, que han sido objeto de severas críticas en diversas partes del mundo, antes, durante y después de la crisis hipotecaria en EU que desató la Gran Recesión de 2008 y 2009.
El debate no es nuevo. Ocurrió, por ejemplo, cuando sobrevino la crisis de deuda en América Latina a principios de la década de 1980 y se repitió a raíz de la crisis asiática en 1997. En 2001 sucedió también algo similar al darse el colapso de la empresa Enron en EU.
El común denominador en todos esos casos fue que las decisiones de las calificadoras no fueron advertencias tempranas de que algo estaba mal, sino que aparecieron después de que se hicieron evidentes los problemas más severos.
El anunció en esta ocasión no es diferente. No advirtió en 2009 que la política fiscal de EU llevaría a problemas futuros, sino que aparece cuando los mercados están plenamente conscientes de ello.
No obstante, estos anuncios han adquirido ahora dimensiones más trascendentales por la importancia de las economías y el número de empresas involucradas. Se trata, ni más ni menos, de las economías de EU y Europa y sus sistemas financieros, con repercusiones globales.
S&P ha sido más agresiva que la otra calificadora más importante, Moody's, en acelerar la fecha, desde octubre pasado, para una posible rebaja en el grado de calificación de la deuda del gobierno estadounidense, que se materializó el fin de semana pasado.
Esto ocurrió a pesar del acuerdo logrado a principios de este mes para elevar el techo de la deuda pública en EU porque, más allá de ese acuerdo, persisten muchas dudas sobre la velocidad y las características que tendría un programa de saneamiento fiscal en el mediano y largo plazo.
Los mercados, sin embargo, no parecen preocuparse por la solvencia del gobierno estadounidense, ya que si bien cayeron los mercados bursátiles, creció la demanda por los bonos del tesoro. La realidad es que, por ahora, el dólar estadounidense sigue siendo un refugio atractivo para los inversionistas.
Mientras tanto, la reducción en la calificación de la deuda estadounidense podría generar, como resultado colateral, que las autoridades en EU emprendieran una campaña para reducir el poder de las agencias de calificación, emulando lo que ya iniciaron sus pares europeas.
En efecto, a raíz de las sucesivas rebajas en la calidad crediticia de la deuda soberana de varios países europeos, los políticos en esa región, en particular la canciller alemana Angela Merkel, consideran que esas decisiones son exageradas y no reflejan la situación económica en los países afectados.
La verdad es que si alguna falla tuvieron las calificadoras es la de haber revelado tardíamente la gravedad de las finanzas públicas de países que, como Grecia, no sólo incurrió en indisciplina fiscal, sino que ocultó deliberadamente la magnitud de su desequilibrio.
Por otra parte, la animadversión de los políticos europeos hacia las agencias calificadoras alcanzó su punto máximo cuando la deuda de Portugal fue degradada hasta colocarla en grado especulativo o deuda "chatarra" a principios de julio pasado.
En esa oportunidad, la Comisión Europea consideró la decisión de las agencias como "hipótesis sin fundamento en la realidad". De hecho, la Comisión ha estado preparando una nueva regulación con el propósito de reducir el poder de las tres agencias principales (S&P, Moody's y Fitch) que controlan cerca del 90 por ciento del mercado de las calificaciones.
En EU la Comisión de Valores (SEC, por las siglas de su nombre en inglés) ya ha realizado varias reformas a la legislación para regular a las agencias calificadoras, las cuales son consideradas como "organizaciones estadísticas de calificación reconocidas nacionalmente" y donde las tres mencionadas dominan el mercado.
Estas agencias podrían convertirse en los chivos expiatorios de la complacencia excesiva con la cual los políticos de Europa, EU y otros países han procedido en años recientes, olvidando la disciplina fiscal.
Desde luego, las decisiones de las calificadoras son polémicas y, como señalé al inicio de esta nota, en general las emiten en forma tardía, pero tratar de silenciar su voz equivale, en el fondo, a intentar combatir la fiebre destruyendo el termómetro que la mide.