El camello bactriano, octava especie en mayor peligro de extinción del mundo, puede sobrevivir a altos niveles de radiación nuclear o hidratarse con agua salada, pero no ha sido capaz de resistir la expansión del que fuera su mejor aliado, el hombre.
Este animal estuvo históricamente ligado a la Ruta de la Seda y ahora afronta una progresiva desaparición, ya que sólo quedan unos 400 ejemplares y su riesgo de extinción es similar al de otros animales como el tigre de Sumatra o el lince ibérico.
Fácilmente reconocibles por sus dos jorobas y por la doble capa de pelo que las cubre, la imagen de este animal se asocia con la de las caravanas que cruzaban el desierto de Taklamakán, en la región autónoma de Xinjiang, en el noroeste de China.
Gracias a su gran resistencia, que les llevaba a soportar temperaturas inferiores a 20 grados bajo cero, acarrear más de 270 kilos de carga y a sobrevivir largos períodos sin alimento ni agua, los camellos bactrianos se convirtieron en dóciles compañeros de las caravanas de comerciantes.
Sin embargo, la decadencia de la Ruta de la Seda en el siglo XV y el constante crecimiento de la población a partir de entonces llevó al aislamiento de esta especie, que tuvo que adaptarse a entornos cada vez más difíciles, esta vez sin la compañía de los humanos.
De esta forma, esta especie, que puede beber entre 95 y 110 litros de una vez, que poseen dos juegos de párpados para protegerse de las tormentas de arena y que puede moverse a unos cinco kilómetros por hora, comenzó su lento camino hacia la desaparición.
Durante varios siglos y, salvo por algunos granjeros que aprovechaban a estos animales para producir leche y obtener carne o estiércol, el camello bactriano estuvo olvidado por el ser humano, lo que significó un diezmo de su población que lo dejó a las puertas de la extinción.
Para evitar esto último nació en 1997 la Fundación para la protección del Camello Salvaje (WCPF), una ONG que abogó desde sus inicios por dar un espacio propio a los camellos donde estuvieran protegidos.
John Hare, su creador, aseguró a Efe que un espacio protegido "era vital para la supervivencia de esta especie" algo que, un año después, se convertiría en realidad gracias a la presión ejercida por WCPF y otras ONGs.
En 1998, el gobierno chino anunció la creación de la Reserva de Camellos de Lop Nur, un espacio en la región autónoma de Xinjiang de más de 42.000 kilómetros cuadrados destinado a su cuidado y preservación.
A pesar de lo aparentemente positivo del anuncio, el espacio reservado había sido utilizado, entre 1964 y 1996, para realizar pruebas nucleares, por lo que la radiación en la zona era varias veces superior a lo normal. Además, la total falta de agua potable y alimento parecía una condena segura.
Lo que hubiera supuesto la extinción de otras muchas especies trajo consigo una nueva muestra de adaptabilidad del camello bactriano, que comenzó a beber agua salada y a comer hierba seca y arbustos al tiempo que demostraba una resistencia anormal a la radiactividad.
En 2001, este área se amplió hasta los 155.000 kilómetros de que consta hoy gracias a la intervención de la Fundación Estatal para la Protección y Preservación del Medio Ambiente de China (SEPA), que autorizó la ampliación del territorio e impuso un mayor control para evitar la caza deportiva o la contaminación del área protegida.
Actualmente, miembros de organizaciones ecologistas y de la propia WCPF realizan expediciones periódicas al terreno para hacer censos de población, vigilar la conservación del medio y denunciar aquellos casos que infrinjan las normas de la reserva.
En la última de estas expediciones, encabezada por el propio Hare, se descubrieron varios ejemplares fuera de la zona protegida, algo que provocó un cierto temor al fundador de la WCPF quien, no obstante, se mostró muy satisfecho con el hallazgo.
"Descubrimos unos 50 ejemplares al sur de Taklamakán, fuera del área protegida, y nuestra única vía de protección aquí es concienciar y educar a las poblaciones locales para evitar riesgos.
Sin embargo, es positivo verlos fuera de esa zona", aseguró Hare.
Según el fundador de WCPF, el camino por recorrer aún es largo, pero se mostró esperanzado en que, en los próximos años, se asista al comienzo de la recuperación paulatina de esta especie, ya que "se ha mostrado voluntad" desde todas las partes.
"China ha cumplido su compromiso de limpiar las aguas que llegan a la zona de Kum Su, en el sur del desierto, frecuentadas por manadas de camellos y contaminadas con cianuro de potasio por los buscadores de oro. Además, en la fundación contamos cada vez con más apoyos y, si todo sigue por este camino, habrá esperanza", concluyó.