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Jacinto Faya

Al hombre animoso no llega desdicha: yerra el que se aflige, porque algún tiempo se ha de tener aflicción, escribió Quevedo, uno de los hombres más sabios que ha dado la humanidad.

Alguien se aflige cuando lo embarga la tristeza o padece una pena. El ánimo se refleja cuando una persona siente y actúa con valentía, cuando es capaz de infundir fuerza y actividad a cosas inanimadas, o cuando inyecta ánimo, alegría y coraje a otros. El ánimo procede del alma y más bien es la propia alma operando en una de sus dimensiones más positivas.

Sin ánimo, es decir, sin valentía, coraje, esfuerzo y alegría, el alma se encoje, se retrae y se acurruca en sí misma. Para Quevedo, al hombre animoso no llega desdicha. No que no le llegue el infortunio, sino que una gran cantidad de infortunios no le parecen tales, pues su buen ánimo se parece al de los héroes griegos que luchaban con intrepidez y coraje ante todas las adversidades.

“Yerra el que se aflige”, expresa Quevedo. Aquí lo que este sabio nos quiere decir es que cuando entristecemos sin causa nos equivocamos, pues algún día habremos de padecer aflicciones reales. Quevedo insiste en todas sus obras en la gran ventaja de todas aquellas personas que nunca están viendo ‘moros con tranchete’, o imaginando peligros donde no existen, a excepción de su corazón acobardado. Y es que un buen número de individuos padecen y sufren antes de que las adversidades ocurran, mismas que no sucederán en la mayoría de los casos. Sufrir, abatirnos por pérdidas que aún no han ocurrido y que seguramente jamás nos ocurrirán, es una verdadera insensatez.

En cambio Quevedo nos dice que “algún tiempo se ha de tener aflicción”. Es decir que a todos, sin excepción, nos llegará el día en que nos aflijamos, pues como seres humanos nadie escapa de las pérdidas que causan tristeza. Pero esto es muy distinto a estarse desconsolando por meras suposiciones. Los héroes de Homero en la Iliada, se distinguen por su valentía y ánimo. Nosotros también podemos educarnos en mantenernos animosos; motivos tenemos de sobra para conservar el alma alegre.

En otra parte de su obra, Quevedo escribe que aflicción es todo lo que vence a la razón. Depende de nosotros que el juicio certero combata las aflicciones que sólo tienen causa en la imaginación alocada como el agua alborotada de los mares, y una razón extraviada como los vientos encontrados que forman peligrosos remolinos.

“No hay hombre más desdichado que el que nunca tuvo adversidad”, dijo Quevedo. Comúnmente se piensa que la vida más feliz sobre la Tierra es aquella que está exenta de toda desgracia. Freud dijo: “He sido muy afortunado: nada en la vida me ha sido fácil”. En principio, no existe una existencia fácil, y más si se ha vivido un número suficiente de años. Recordemos que lo primero que hicimos a los pocos segundos de que nuestra madre nos alumbrara, fue llorar con fuerza. Lloramos porque fuimos desprendidos del lugar más placentero. Pero una vez que nacimos toda nuestra vida, en un sentido biológico, no es más que una lucha por la supervivencia.

Nietzsche reflexionó admirablemente cuando escribió: Todo lo que no me mata, me fortalece. Las espadas más finas eran las que se forjaban con el mejor acero y eran golpeadas al rojo vivo en un yunque a base de mazazos. Igualmente, toda persona que se enfrenta a innumerables problemas, se debilita y vive así, débil y acobardado, o bien se fortalece y cada vez es más apto para la vida.

Las especies de animales y plantas que no tuvieron la oportunidad de irse adaptando paulatinamente a sus nuevos ambientes, se extinguieron para siempre. Esto lo aclaró perfectamente Darwin, quien comprobó científicamente que las especies de plantas y de animales que sobrevivieron no fueron las más fuertes sino las más aptas, y esta aptitud consistió en su capacidad para adaptarse a los nuevos cambios de su entorno.

Igualmente, las personas que han padecido de pocas adversidades o de adversidades ligeras, no tendrán la capacidad para adaptarse a los nuevos y drásticos cambios de las circunstancias. Por ello “no hay hombre más desdichado que el que nunca tuvo adversidad”, como bien dijo Quevedo.

La persona forjada en los infortunios se va adaptando a todo tipo de circunstancias, adaptación que la robustece física y emocionalmente. Y es que solamente podrá gozar de equilibrio espiritual aquel individuo que haya luchado y adquirido una buena dosis de sabiduría, la que únicamente se puede conseguir cuando se confrontan los problemas. Séneca acertó al escribir: La virtud no consiste, como tú crees, en temer la vida, sino en hacer frente a las adversidades y no huir ante ellas.

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