Capacidad de admiración

Una precisión necesaria es afirmar que no es la vida quien enseña, lo que realmente enseña es la lectura que nosotros hagamos de ella. En este sentido y para nuestra capacidad consciente, no es suficiente ver las cosas, es necesario ‘mirarlas bien’ para descubrir lo que llevan consigo (siempre hay algo nuevo en lo que vemos) y se necesita tener un alma joven y una sensibilidad bien cultivada para mantener el espíritu receptivo a esos destellos, novedades y matices con los que la realidad nos sorprende continuamente.

También es clave importante y vital aprender a admirar a las personas. No se trata de confundir la admiración con la ingenuidad, ni de tener una visión bobalicona de la vida. Se trata de ver ‘con buenos ojos’ a la gente, a las personas con las cuales nos topamos todos los días. Si logramos fijarnos un poco más en los aspectos positivos de cada individuo, tendremos oportunidad de admirarlos y con ello les y nos haremos mucho bien.

Sin embargo es necesario superar algunos obstáculos que nos impiden admirar a alguien que ya conocemos y con quien convivimos. El primero es la costumbre, que incapacita -si uno no se resiste- para ver en la persona cualquier cosa que no sea lo ya sabido: se adivinan las contestaciones, se presupone determinada actitud, se dan por hecho ciertos comportamientos, no se contempla la posibilidad de que el otro actúe de forma distinta a la prevista, no se da ninguna posibilidad de transformación, por costumbre vemos lo ya visto, incapaces de observar la novedad de la vida que es cambio y mudanza.

Otro obstáculo importante es la tendencia a infravalorar o a invalidar a la persona, o anteponer siempre sus hechos pasados a los presentes y tener más en cuenta lo que era que lo que es; o fijarnos y recordar más los aspectos negativos que los positivos. Esta tendencia es nefasta, pues puede hacer que nuestra relación y vida se vuelvan amargas, añosas, sin luz...

La rutina es la depredadora que arrasa con la novedad de nuestra existencia. Sólo quien mantiene joven su espíritu gana la batalla al cansancio de la vida. Hemos de estar precavidos contra el desencanto, la costumbre y la rutina para no perder la ilusión por vivir. La existencia en algunas ocasiones se nos manifiesta alegre y divertida, pero en otras muchas tenemos que ser nosotros, con nuestros recursos interiores, quienes debemos dar un sentido positivo a lo que en un primer momento no lo tiene. Quien es capaz de iniciar cada día con una visión nueva, consigue hacer realidad el milagro de sorprenderse ante cosas que le son muy familiares, pero no por eso dejan de manifestarse como recién estrenadas.

Con demasiada facilidad se dan por supuestas las cosas y tendría que ser al revés: no dejar nunca de preguntarse por el mundo cotidiano. La vida debe estar atravesada por unos ojos que sepan descubrir en lo que ya es conocido una novedad ilusionadora.

La autoestima, tan olvidada por muchos y tan mal interpretada por otros, es otro aspecto importante para la admiración. Enorgullecerse no es el objetivo, claro está, de la autoestima. Pero ser agradecidos de la propia existencia, eso sí. El que agradece disfruta con la realidad agradecida. A quien sonríe a la vida, ésta termina sonriéndole. La felicidad no radica en disfrutar de situaciones especiales sino en la buena disposición de ánimo. Está en nuestro interior la clave de la alegría. Es necesario repetir esto una y otra vez, porque obsesivamente tendemos a buscar la felicidad fuera de nosotros y por muchos que sean los esfuerzos no la encontraremos, por el simple hecho de que no está ahí.

Desde la capacidad de admiración podremos construir una nueva manera, más viable, armónica y feliz, de ser y de estar en el mundo.

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