Entre leones y tigres mansos como corderos, sin frío, sin calor, algún trabajo que hacer o siquiera la posibilidad de cometer un pecadillo aunque sólo fuera venial; así imagino la vida en el paraíso. ¿El amor? Pues platónico y soso porque vamos a ver: ¿qué otra cosa se podía esperar del inocentón de Adán? Floridos jardines, y exóticos frutos. Exquisitos melones, no sé si tanto como los laguneros o más; y desde luego manzanas, la especialidad del paraíso. Había de todo y todo estaba a la mano. No era necesario esforzarse por nada. Se estaba ahí en un estado tan perfecto como la tibieza del seno materno por los siglos de los siglos, sin exponerse jamás al frío, al hambre ni al miedo que impone el nacimiento; pero tampoco a la luz, al inquietante mar ni al amor.
Lógico que una vida sin problemas ni misterios resultara insoportable para la curiosidad femenina. Puedo imaginar a Eva dando vueltas de aquí para allá obsesionada con la idea de estar desperdiciando los dones de la razón, de la imaginación y del discernimiento con que habían sido bendecidos; porque ¿en qué los iban a usar si la única opción que tenían era vivir serenamente en la obediencia del Señor? Eva no conocía el pecado pero la intuición femenina le decía que no era bueno desaprovechar sus talentos personales y desesperaba de no tener nada en que aplicarlos; mientras Adán, desnudo y echado sobre la suave alfombra de pasto fresco miraba las nubes pasar. Suaves, sedosos y eternamente primaverales transcurrían los siglos hasta que una mañana, el agudo grito de Eva sobresaltó a Adán: ¡Ven, corre! Y allá fue para encontrar la mano de Eva ofreciéndole una tentadora manzana. "Tienes que probarla Adancito porque esto del bien y del mal está requetebién... ¿a que ni te imaginas lo que se me está ocurriendo? Le dijo enroscando su torneada pierna en la de Adán que después de la segunda mordida comenzó a sentir una agradable y pecaminosa erección. Y así fue como empezó todo.
La curiosidad de Eva hizo posible el mundo tal como lo conocemos: imperfecto y peligroso pero vibrante e impredecible. Sin la curiosidad de Eva, desconoceríamos el cáncer, la guerra y el hambre, pero tampoco conoceríamos el deseo y los placeres terrenales que tanta intensidad y colorido le otorgan a la vida. Sin la osadía de Eva, desconoceríamos la necesidad de paz interior y de armonía que sólo puede sentir quien conoce las turbulencias del alma, la tristeza de los días grises y la certeza de la muerte. Cuento todo esto porque yo vengo de una generación en la que la gente feliz provocaba desconfianza. "No te preocupes, ya se te pasará" repetía mi abuela cuando me veía demasiado sonriente. "El que sonríe por la mañana por la noche llorará" aleccionaba a sus nietos seguramente para adiestrarlos en la infelicidad. Lo recuerdo ahora que ante los días lluviosos y la toma de la ciudad por el ruidoso chiquillerío en pleno disfrute de sus vacaciones, decidí escaparme a Acapulco para ver si entre ciclones y narcos, todavía quedaba algo de mi casa -que no es casa sino apartamento.
Y sí, aguantadora y terca como su dueña, la casa sigue firme, blanca y con los brazos abiertos al mar, que a todas horas se mete por las ventanas. Parece que nuestro Acapulco resiste valientemente los severos daños que entre gobernantes y delincuentes (perdón por el pleonasmo) le infligen. La extraordinaria belleza de la bahía sigue igual, la arena suave, el clima siempre benigno y la riquísima oferta gastronómica; desmienten la mala prensa que sufre últimamente. Magníficos yates se mecen entre las olas y los millonarios en sus fantásticas Villas, siguen bebiendo como cuando reinaba en México Miguel Alemán, como cuando Agustín Lara miraba de lejos a su María Bonita y su pensamiento lo traicionaba, como cuando enamorado de Acapulco, Germán Valdés -Alias TinTan- aprovechaba cualquier ocasión para manejar su Cadillac siete u ocho horas y llegar a este puerto a pasarla de poca, y en sus ratos libres filmar Simbad el Mareado, El Cofre del Pirata, Tintanson Cruzoe, Acapulco 12-22 y otras tantas películas. Este es el dulce mar que viejo y enfermo, Johnny Weissmuller, el más perfecto de los Tarzanes made in Hollywood eligió para pasar su últimos años. Este fue el puerto donde Luis Spota ubicó a los personajes de su novela "Casi el Paraíso", y este es el lugar donde me encuentro ahora vuelta y vuelta buscando por ahí el árbol del bien y del mal, porque como Eva, yo tampoco sé qué hacer con tanto paraíso. Formada por mi abuela para la infelicidad, extraño la contaminación, el alucinante estancamiento del tránsito, y hasta las tercas lluvias que hacen del verano capitalino un asopado. Nada más les cuento que estoy a punto de pegar mi nariz al mofle de un auto para ver si así me siento mejor.
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