En el camposanto Acatólico, uno de los más bellos de Europa, descansan los cuerpos de los poetas John Kyats y Percy Bysse Shelley.
Cuando nos acercamos a las fechas del Día de Muertos y la noche de Halloween, nos vienen a la mente recuerdos de lugares de eterno descanso y de la ciudad de Roma, que de eternidades sabe mucho.
El Cementerio Acatólico en un remanso de cipreses, inmunizado al ruido y al caos de la capital. El camposanto también es conocido como el de "los protestantes".
En una de sus esquinas se yergue la pirámide de Cestio, edificada entre el siglo XVIII y XII antes de Cristo, como sepulcro de un pretor romano e incorporada, en el siglo III, a la muralla aureliana, bastión defensivo de la decadencia de Roma. Los restos de su ajuar están en el recinto y en los museos capitolinos.
Al cementerio se accede a través de un portón presidido por la inscripción latina "Resurrecturis", que se traduce por "los que resucitarán".
ENTERRAR ENTRE LA NOCHE Y EL SILENCIO
La esperanza de resurrección no fue siempre patrimonio de los ajenos al credo católico. Es más, durante mucho tiempo, quienes querían enterrar a los suyos mediante ritos diversos a la fe oficial debían ampararse en la discreción de la noche y del silencio.
En 1870 fue reconocido oficialmente como camposanto. Desde entonces se ha mantenido como un lugar ordenado y parcelado, aunque no se ha librado de la inclemencia del paso del tiempo. Hace sólo un lustro, estaba inscrito en la lista maldita de monumentos en riesgo.
Amanda Thursfield, su actual directora, dijo que "un nuevo modo de trabajar en él, más orientado al público, impidió su uso. Gracias a los visitantes, y a sus donaciones, el cementerio sobrevive".
Al ser de titularidad privada son muchas las iniciativas que debe poner en práctica para autofinanciarse. Una de ellas, es, por ejemplo, el pago por el mantenimiento del suelo y de las tumbas, que realizan los familiares de muchos de los enterrados. O los futuros residentes del lugar, porque aún hay nichos por rellenar: sólo hay que ser extranjero en Roma y en su fe o italiano universal.
Su patronato lo componen representantes diplomáticos de catorce países que tienen correligionarios sepultados en su suelo. Y de su gestión se encarga un pequeño número de voluntarios de diversas nacionalidades.
ARTE EN EL CEMENTERIO
Entre todos han hecho del cementerio uno de los más bonitos de Europa y una parada obligada en el peregrinaje romano, especialmente para los amantes de las artes.
Aquí yacen, entre otros, "aquel cuyo nombre fue escrito en el agua", el poeta John Keats, enterrado en una tumba anónima tras morir en Roma a los 24 años de edad, y el también poeta Percy Bysse Shelley, ahogado en el norte de Italia. Ambos constituyen la principal atracción turística del recinto funerario.
De las más de cuatro mil personas que duermen aquí su sueño eterno, hay un hombre que pudo reinar, un príncipe afgano que se crió, creció y murió en Roma, y otro, el orfebre Bulgari, que reinó en su trono de joyas.
Están Augusto, el hijo de Goethe al que el escritor alemán dedicó un monumento en el que recordaba que, el principal mérito del difunto, era precisamente, su padre; y el pensador Antonio Gramsci, cofundador del partido comunista italiano (PCI), muerto en una cárcel mussoliniana.
Hay bellos monumentos al amor, como el Ángel del dolor, del arquitecto estadounidense, W. W. Story (fuente de inspiración del escritor Henry James), una pieza dedicada a la esposa muerta en la que también se encuentran sus restos.
Y hay sueños que son bruscos, como el de la actriz Belinda Lee, fallecida en accidente de tráfico y recordada con un monumento a lo Victoria de Samotracia. Todos conviven en un espacio que no entiende de lenguas ni de religiones.