Charlatanes ilustres
Decir mentiras resulta común al género humano. No todos los mentirosos compulsivos son seres frustrados y sin realizaciones. La Historia ofrece numerosos ejemplos de personas de enorme talento que con todos los méritos descollaron en sus respectivas actividades no obstante su aguda mitomanía.
Aunque era extraordinaria la habilidad pictórica de Diego Rivera ésta fue superada ampliamente por su capacidad para decir patrañas y presentarlas como si fueran verdades indudables. Lo mismo en la Ciudad de México, que en el barrio latino de París o en una exposición de Nueva York, el muralista mexicano convencía a sus interlocutores de que él comía carne humana y que llevaba años practicando la antropofagia y perfeccionando una gastronomía especial para caníbales. Pablo Neruda contó que Diego hablaba con orgullo de su origen judío y luego en la peor contradicción le confesaba ser el padre del general Rommel, suplicándole que le guardara el secreto para que no hubiera terribles consecuencias internacionales. Asimismo narró que ante muchos artistas e intelectuales franceses Diego teorizaba sobre las excelencias del amor lesbiano que en los tiempos antiguos fue el único normal según lo probaban excavaciones arqueológicas que él mismo había dirigido. La elocuencia de Diego era tanta que hasta sus rivales la reconocieron. Siqueiros lo describió como el charlatán perfecto. Y es de sobra conocido que aquel pintor guanajuatense, apodado el sapo por su fealdad, con puros embustes sedujo a infinidad de mujeres hermosas.
Bruno Bettelheim ganó reconocimiento como experto en desarrollo infantil y como terapeuta de niños emocionalmente perturbados y dos de sus libros Psicoanálisis de los cuentos de hadas y La fortaleza vacía fueron muy leídos en todo el mundo y recibieron comentarios elogiosos. Sin embargo, al ocurrir su muerte en marzo de 1990, se alzaron múltiples voces para denunciar falsedades y abusos en que supuestamente incurrió. Aprovechando el desorden provocado por la Segunda Guerra Mundial, Bettelheim hizo creer en Estados Unidos que había estudiado 16 años en la exigente universidad de Viena para obtener con los máximos honores tres doctorados y que en Europa había ganado el máximo reconocimiento por su eficacia al tratar niños autistas, por lo cual Eleanor Roosevelt, la primera dama estadounidense, le escribió a Hitler en 1939 para que autorizara su liberación del campo de concentración en que lo tenían confinado por ser judío. Al emigrar a los Estados Unidos se presentó como una persona muy cercana a Sigmund Freud e hizo creer que éste había supervisado su formación como terapeuta. La verdad era muy distinta. Sin honores obtuvo un solo doctorado y fue en estética. No trató a autistas, sólo entró en estrecho contacto con una huerfanita retraída. Jamás tuvo una relación cercana con el padre del psicoanálisis. Después se sabría que su liberación del campo de concentración se debió a una jugosa suma de dinero reunida por familiares y no a la intervención de la esposa del presidente norteamericano. Las mentiras eran grandes pero tanto la Universidad de Chicago como la Fundación Ford las creyeron y apoyaron a Bettelheim en sus investigaciones y en sus labores terapéuticas. Y qué bueno que lo hicieron porque el saldo fue positivo
Vicente Huidobro fue un extraordinario poeta y su libro Altazor figura entre lo mejor de la literatura hispanoamericana. Escribió un panfleto contra el Imperio Británico titulado Finis Britannia al que nadie hizo ni el menor caso. Huidobro quiso hacer creer que como consecuencia de ese panfleto unos ingleses lo secuestraron y en un sótano lo amarraron a una columna donde le hicieron gritar varios días: “¡Viva el Imperio Británico!”. La mitomanía de este chileno también se aprecia en la anécdota de que al término de la Segunda Guerra Mundial en su patria mostraba un teléfono oxidado y decía: “Yo personalmente se lo arrebaté a Hitler. Era el teléfono favorito del Führer”.
Las mentiras de estos tres personajes no demeritan su extraordinaria obra. Podría decirse que son resultado de su notable inventiva. A final de cuentas, como diría Antonio Machado, la verdad también se inventa.
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