CINECRÍTICA
Según la novela Gamorra, la AK-47 (o cuerno de chivo, añade inmediatamente toda nota) es un arma venerada por los grupos criminales italianos. Tanto así, que organizan peregrinaciones para visitar y rendir homenaje a su creador, Mijail Kalashnikov, el K de las siglas de la ametralladora. Su logro fue crear un arma barata, de fácil producción en serie, que requiere mínimo mantenimiento y nunca se traba.
Estas ventajas la convierten en el instrumento ideal para trabajos que requieren más profusión que precisión, más shock que efectividad. Ideada para defender extintas patrias soviéticas, sus virtudes la han convertido también en la herramienta propedéutica perfecta para niños soldados, lumpen acorralado y ninis deslumbrados, que devienen en asesinos negligentes y apanicados.
En El Ocaso de Un Asesino, George Clooney interpreta a un asesino a sueldo y diseñador de armas con una mística totalmente opuesta a la de Kalashnikov y sus clientes novatos.
Es reflexivo y reservado.
Sus creaciones no están destinadas a las masas de pistoleros improvisados, sino a la medida de un blanco específico. Viaja por el mundo fabricando instrumentos precisos y letales, hechos para especialistas que no quieren ser rastreados. Por lo que alcanzamos a ver, y por lo que su empleador insinúa, su dedicación artesanal requiere de remuneración considerable.
Liga con bellísimas
mujeres, a las que en ocasiones tiene que matar, para no ser descubierto. Y sin embargo, no es feliz.
El asesino quiere retirarse, al parecer harto del aislamiento al que su profesión lo obliga. La culpa acumulada también parece abrumarlo. Pero como todos sabemos, dejar un trabajo así no es cosa fácil. Su empleador le tiene una última misión, a la que puede dedicarse de manera discreta en los pintorescos Abruzos italianos.
Descubrir si el trabajo es legítimo o una trampa, mientras averigua si una hermosa prostituta es un señuelo o su última posibilidad de amor verdadero, serán los elementos principales en la trama.
El Ocaso de Un Asesino es un thriller imperfecto pero interesante, realizado con un ritmo deliberadamente opuesto al de los Bonds o Bournes. Anton Corbijn, su director, deja a un lado su largo historial de documentalista de bandas de rock, y opta por un estilo pausado y meditativo, interrumpido sólo por algunas explosiones violentas de rigor. De hecho, los elementos de la cinta, sus parajes de ensueño, los adormilados pueblitos medievales, la comida, el vino, las ragazzas, e incluso las charlas con un cura sabio y bonachón, reúnen todos los requisitos para unas vacaciones italianas perfectas. Salvo las balaceras, claro.
Pero si hoy su interés no está en la manufactura fina europea, sino en emociones pasajeras y menos sofisticadas, no hay margen de error con Imparable, una verdadera metralleta de entretenimiento con toda la marca de fábrica de Tony Scott, el veteranazo director inglés que es la versión original e inteligente de Michael Bay.