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CINECRÍTICA

EL AMOR DE MI VIDA: INMORTALIDAD MATA CARTERA

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POR MAX RIVERA 2

En la popular progresión que imagina virtudes que sobrepasan en importancia a otras según la apreciación de las damas, el verbo logra salir victorioso por encima de carteras y caritas. Algo debe haber de cierto en la creencia, más allá de la necesidad de consuelo por la falta de gracia física de quienes iniciaron la leyenda. Es un hecho que los escritores por modesta que sea su obra, consiguen parejas mucho más atractivas de las que en justicia fisonómica les corresponderían. Yo soy claro ejemplo.

El Amor de mi Vida, la nueva cinta de la australiana Jane Campion, retrata de manera hermosa y delicada el breve romance que nació entre el poeta John Keats y la joven Fanny Browne, una chica linda y avispada que, pese a las evidentes desventajas económicas y sociales de Keats como pretendiente, logró atisbar la posteridad y la gloria con el corazón.

El joven taciturno y macilento habría de ser reconocido como uno de los poetas más importantes del habla inglesa.

Después de su muerte, por supuesto. Keats y Browne se conocen en tertulias literarias y bailes informales que Campion escenifica, más que como oportunidades de cortejo y acomodo económico, como actos encantadores, espontáneos y naturales, indispensables para el buen funcionamiento de sociedades pequeñas. Nos recuerda también que a falta de radio o televisión, el entretenimiento era proporcionado por las cultivadas habilidades de los vecinos o de los invitados, que eran admirados y reconocidos por sus aptitudes. Aún desconocido y falto de éxito, Keats no funciona del todo en este ambiente.

Browne, por su parte, se mueve en él como pez en el agua. Bailarina entusiasta y ácida crítica literaria, es una rebelde que demanda respeto hacia sus habilidades de modista, dignas de Oscar a diseño de vestuario.

El romance entre ambos florecerá de forma lenta, pero irreversible. Y una vez que la providencia los hace vivir prácticamente en la misma casa, se conjugan los elementos que constituyen los romances eternos, históricos. Campion lo maneja de manera sublime, con algunas escenas realmente mágicas, que permiten reconocernos o recordarnos enamorados así, completamente felices, vulnerables y estúpidos. Ayuda tener la poesía de Keats como respaldo, pero los mejores momentos de la cinta transcurren en silencio, o acompañados de su estupenda banda sonora. Rara vez me detengo a comentarle la fotografía o la edición de una cinta, a fin de cuentas vehículos del mensaje, pero el trabajo de Greig Fraser me dejó un par de impresiones que tardaré en olvidar. Sin necesidad de paisajes dramáticos o elaborados sets, los realizadores construyen el marco del ensueño de los enamorados, descubriendo la gloria en lo común, lo eterno en lo trivial.

Con una producción austera, rescatan de sus locaciones lo necesario y un poco más. Como el amor, que a falta de más, trabaja con lo que tiene a mano.

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