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PRESUNTO CULPABLE: AQUÍ NOS TOCÓ VIVIR

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MAX RIVERA 2

Hace algunos años, por razones de trabajo, debía salir a carretera con frecuencia. Ante la eventualidad de tener algún tipo de accidente, un compañero de la oficina me daba un mal consejo: “Sea lo que sea, no caigas al bote, arréglate antes”, me decía, “puede que no tengas la culpa, o que sólo vayas pasando por ahí, o lo que quieras, pero no caigas al bote. Si te ofrecen un arreglo, acéptalo. Si no, plantéalo. Como sea, no te hagas el digno, no presumas que la ley está de tu lado. Arréglate”. No suscribo el consejo. Sé que propone conductas corruptas, que es inmoral y contrario a lo que quiero que mis hijos aprendan sobre la responsabilidad y el estado de derecho. Pero también sé que es un destilado de la experiencia de vivir en México, el país donde el 97 por ciento de los crímenes quedan impunes, pero en compensación, el 95 por ciento de los procesados son sentenciados, como muestra de la eficiencia policiaca para atrapar culpables. Como José Antonio Zúñiga.

Presunto Culpable, como a estas alturas sabemos todos, trata sobre la detención e injusto encarcelamiento de un joven acusado de homicidio. El documental examina el caso y hace una revisión de las circunstancias en que se dio la acusación y se llevó a cabo el amañado proceso. Los realizadores descubren que el caso de Antonio, o “El Toño” (su imaginativo y aparentemente obligatorio alias), está plagado de irregularidades, empezando con la inexistente cédula profesional de su abogado defensor. Toño nunca conoció a su supuesta víctima, y en un acto de macabra reciprocidad por parte de la justicia mexicana, fue condenado por un juez que nunca lo conoció a él. Los documentalistas consiguen reabrir el caso y el patrocinio de un abogado colmilludo para su defensa. Le advierto, no espere un episodio de La Ley y El Orden. Ninguna de las partes da para tanta sofisticación.

Presunto Culpable es un documento importante, por único. Se trata de un hito cultural que va en camino a ser éxito de taquilla. Como entretenimiento, pese a conocerse el desenlace, la cinta posee una buena dosis de suspenso e incluso un revés sorpresivo. Pero su intención real debiera ser la administración de nuestra indignación, para al final llevarnos a la movilización, a ir más allá del fatalismo quejumbroso. Temo que en este sentido, por deficiencias en la realización, el objetivo no se logre del todo. Su tesis no es totalmente clara (los cineastas abogan por los juicios orales), por lo que su debate resulta demasiado abierto. Y aunque está salpicada de datos estadísticos escalofriantes y un acceso ilimitado a esa entraña particular del aparato judicial, partes importantísimas del proceso, resoluciones tanto en contra como a favor del acusado, terminan casi sin explicación. Son huecos en la información que, por su trascendencia y posible utilidad vinculante, menoscaban el impacto de la obra. La confirmación de la condena parece un mero capricho. El acceso al Tribunal Superior y su resolución pudieran parecer gracia del influyentismo. Era necesario conocer a fondo las vías que llevaron a esos dos resultados para saber si el sistema tiene salvación, o sólo nos queda el camino de los malos consejos.

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