Entre Chefs existe un juego que consiste en imaginar el menú de su última cena. Pese a tratarse de personas con gustos amplios, acceso a ingredientes exóticos y habilidad para preparar platillos sofisticados, las respuestas suelen ser sorprendentemente pedestres. Algún queso, un vino, un pan, una sopa, siempre en compañía de la gente que realmente se amaba. Cuando en mi familia lo jugábamos (mucho antes de enterarme que los chefs también lo hacían) se repetía el patrón. Uno quería un lonche de carnitas, alguien unas gorditas, otro un vaso de chocomilk. Lo normal es, entonces, que en nuestras últimas horas aspiremos a revisitar la cotidianeidad. Así lo va a descubrir el joven Aron Ralston interpretado por James Franco, al quedar atrapado en una angosta grieta del desierto de Utah, sin nadie que lo auxilie en kilómetros a la redonda.
127 Horas está inspirada en una historia verdadera, de verdadera estupidez. No quiero insinuar que Ralston se mereciera el predicamento en que se terminó su ejercicio de ecoturismo extremo pero, como lo reseña el director Danny Boyle, son clarísimos los errores que comete por descuido y arrogancia. Su principal error, mismo que cometen muchos montañistas novatos, fue creer que la naturaleza es su amiga, cuando lo correcto es asumir que todo el tiempo está tratando de matarte. No es por nada que la humanidad lleva miles de años, toda su historia conocida, tratando de poner distancia con ella.
Durante el tiempo que dura su cautiverio (adivinó, son los 7 días del del título), Ralston tiene oportunidad de explorar alternativas para liberarse, administrar sus provisiones y sobre todo, para fantasear. Aquí es donde Boyle echa mano de todas sus mañas y recursos para mantener el interés mientras llega el estremecedor desenlace, que muchos conocíamos de antebrazo, digo, de antemano. Es en las fantasías y remembranzas que el joven montañista recibe la iluminación que transformará su vida. Y aunque Boyle logra hacerla emocionante y divertida, es una manera muy cara de adquirir el mismo conocimiento sencillo que le habría proporcionado un juego entre chefs. O una canción de Los Beatles.
Porque al final, dicen, el amor que te llevas es igual al amor que diste. Puedo constatar, por lo que vi en su despedida, que mi compadre Sergio fue un hombre que dio mucho amor, además de buenos cuidados y amena compañía. Sergio es una víctima más y un buen hombre menos. Una pérdida dolorosa para una comunidad que necesita ciudadanos decentes con urgencia. Mi compadre murió en un incidente viejo como el tiempo, a manos de un imbécil de los que han existido siempre. Pero hoy, los incidentes y los imbéciles parecen multiplicarse, incubados a la sombra de la ineptitud desnuda de las autoridades. Nada debía mi querido compadre. Su error, como el de tantos otros, fue estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado, en el país equivocado.