Aunque no recibió el espaldarazo inverso de una Iglesia que la condenara, ni censura gubernamental aparente, La Otra Familia ha encontrado buena acogida en la taquilla.
Es justo reconocer que se trata de una apuesta arriesgada y bien intencionada del director Gustavo Loza, que logra una positiva impresión final pese a los múltiples defectos de su planteamiento y realización. El principal problema que encuentro en la cinta es la injustificada sobrepoblación de historias.
Junto a la trama central, la de una pareja homosexual que accidentalmente queda al cuidado de un pequeño de ocho años, corren las historias paralelas de tres parejas atrapadas en la violencia, las drogas, la infidelidad y el auto engaño, cuya función principal es hacer lucir a la pareja gay masculina como la más centrada y funcional. Digo, está bien la manipulación, pero molesta la obviedad.
Loza se debate entre satisfacer al público que aspira y entretener al público que espera. Habemos sectores en su audiencia para los que el asunto del derecho gay a casarse y adoptar es cosa superada. Algunos lo aceptamos porque reconocemos en ello una aspiración elemental de otro ser humano, e intuimos que no tienen por qué hacerlo peor que las parejas heterosexuales. Acaso estarán presionados, por un tiempo, a hacerlo mejor, por encontrarse bajo la mirada vigilante de una sociedad desconfiada. Habrá otros muchos miembros del público con una postura ambivalente, que les concede el derecho a casarse pero no a adoptar.
Pues bien, aun esos ambivalentes son, con mucho, mejores aliados de su causa que los otros, los que ni una cosa ni la otra, los que sospecho componen la mayor parte de la población y que difícilmente se van a meter a ver su película. Y a ellos, creyendo que los conoce y menospreciándolos de pasada, Loza les dedica todos los tremendismos de hampones y drogas, los chistes fáciles clasistas y las invocaciones de Carmen Salinas a la Virgencita de Guadalupe. Pierde tiempo tratando de encontrar conversos y descuida su prédica al coro con que ya cuenta.
La proximidad temporal en la cartelera nos permite comparar La Otra Familia con Los Chicos Están Bien, una excelente comedia sobre una pareja de lesbianas con dos hijos adolescentes. La cinta trata exclusivamente sobre ellas y el conflicto que representa la súbita irrupción del padre biológico en la vida de los chicos.
La dinámica familiar basta y sobra. No creo que el éxito de Los Chicos Están Bien se deba a que la norteamericana sea una sociedad más progresista. Especialmente en el tema gay, la polarización y los prejuicios se han recrudecido. No. Sólo se trata de un buen enfoque de mercado.
La Otra Familia insiste, atinadamente, en que no existe un sólo tipo de familia. Hasta las que originalmente son nucleares heterosexuales tienden a recomponerse en variables infinitas. Y finalmente, antes de condenar a las uniones homosexuales que aspiran a tener descendencia, debiéramos cuestionar a las familias que contribuyen con un problema real para el país: las que engendran sicarios, narco-políticos y narco-empresarios. A ésas, en su mayoría de apariencia normalita estoy seguro, urge exhibirlas.