Como usted bien sabe, el sistema de encomiendas originalmente planteado durante la conquista española, era una trata de esclavos apenas disfrazada. Se requirió el trabajo de humanistas preclaros, como Bartolomé de las Casas, para suavizar las horribles condiciones de vida de los indígenas, aunque no se puede decir que el ciudadano común la tuviera muy fácil durante los sanguinarios imperios aztecas, tampoco. Es gracias a la intercesión de De Las Casas y al Derecho Natural concebido en La Escuela de Sevilla, que a los indígenas se les reconoció (cuando menos en papel) como poseedores de un alma inmortal, y por tanto, inapropiados de la esclavitud. Para eso estaban los negros.
El asunto es que el Derecho Natural es todo menos natural. En la ley de la naturaleza, nuestro único derecho es comer o ser comidos. Para estar protegidos por el Derecho Natural, es necesario que otro, una sociedad entera, nos reconozca dignos de ello. Y para caer en la indefensión, sólo basta que un grupo nos considere menos que humanos. El ejército de un dictador genocida o los fieles de un psicópata religioso, serían ejemplos fáciles. Pero están otros: los políticos corruptos, los empresarios estafadores, o los científicos inescrupulosos, aquéllos que suelen obtener el perdón público y que para obtener ganancias personales no dudan en utilizar el atajo moral, convenciendo las más de las veces a sus sociedades de que se trata de la vía más conveniente para todos.
Doy este rodeo, que viene al caso, para no revelarle secretos de la cinta Nunca Me Abandones, una historia de ciencia ficción, en su variante de realidades alternativas, que no lo parece. Si no se nos informara al principio de la cinta que un avance médico en 1952 logró la cura de todas las enfermedades incurables, y que una década después la gente viviría más de 100 años, si no se nos dijera eso, creeríamos estar en una bella producción de época, al fino estilo de la dupla Merchant–Ivory, en la que los pequeños de un internado inglés reciben una educación peculiar, aunque no alarmantemente extraña en un principio. Luego parecería un simple triángulo amoroso juvenil, con su dosis normal de ilusión y desengaño, de no ser porque los jovencitos, a esas alturas de su vida han aceptado mansamente un destino impensable para cualquier ser dueño de libre albedrío.
Nunca Me Abandones, del director Mark Romanek, explora de modo elegante y sutil los extremos del condicionamiento social, y nos invita a preguntarnos si la cultura es sólo un accidente de tiempo y espacio. Sería ingenuo asumirnos superiores en todo a la ficción de la cinta. ¿Cuántas conductas aceptadas actualmente, serán consideradas monstruosas en un futuro más éticamente avanzado? Se me ocurren muchas, más solemnes y desgarradoras, pero me quedo con la crianza de bovinos. ¿Cómo estar seguro de que esos oscuros, enormes ojos sin alma, no vendrán en un futuro a reclamar su leche y su carne? Para prepararnos, Romanek nos ofrece una amorosa vista desde el corral.