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CINECRÍTICA

MAX RIVERA 2

EN LA RED SOCIAL, EL PEZ POR SU TECLA MUERE

He recibido con alegría casi todos los regalos que la Internet me ha traído. Lo que ha servido a mi mesa lo he tomado en abundancia. Con agradecimiento y reciprocidad cuando se puede. Pero se mantiene frente a mí una copa intocada. Ésa no me la acerco, porque creo que se trata de un regalo envenenado. Simboliza, para mi exagerada percepción, la voluntaria pérdida de la privacidad y el misterio, además del arma perfecta para saboteadores externos e internos. La copa lleva una etiqueta que dice, por supuesto, Facebook.

Es una señal de los tiempos que vivimos, que para construir el argumento de La Red Social se valieran de los registros legales de demandas civiles y de entradas en blogs. Estos últimos, posts que en su momento se sintieron liberadores, pero luego volvieron a morder en el trasero al remitente. El director David Fincher y el guionista Aaron Sorkind se valen de todas sus mañas para construir un tecno-thriller fascinante, en el que las escenas de acción transcurren con los personajes posados en sillas frente a pantallas o abogados; y los golpes son constantes, durísimos, aunque no al cuerpo, sino al QWERTY.

En la cinta atestiguamos el nacimiento de Facebook, que dista mucho de ser el nacimiento de la Internet o de las redes sociales. Es apenas la creación de la locura del momento, un ejemplar más grande y pulido del Becerro de Oro, en espera de ser desbancado por uno más funcional o cool. Esta creación, con su originalidad puesta en duda a causa de las traiciones y los plagios, se convierte en el hilo narrativo. Pero el énfasis y posible trascendencia de la película reside en el incisivo estudio de su personaje principal, Mark Zuckerberg, prodigio del cómputo y ente de subhumana (o suprahumana) amoralidad.

Según La Red Social, Facebook es hijo del despecho y la revancha. Zuckerberg lo diseña como una forma de adquirir notoriedad rápida en el campus de Harvard, y acelerar con cuestionarios escritos y cuadros sinópticos los procesos de obtención de información y consentimiento de las chicas, aquellos procesos que el prehistórico Casanova consideraba un arte. En el camino quedarán sus relaciones posibles, cercanas, de amor y amistad, a las que aspira y desprecia a la vez. La película es, antes que una crónica entrepreneur, un viaje fantástico por los pliegues de un cerebro superdesarrollado, contradictorio, dialéctico más que binario. Una mente fría que, más que intuir las necesidades de comunicación y contacto de los usuarios, sabe explotar de sus muy humanas debilidades.

Con el éxito llega la danza de los billones. Muchos nos hemos preguntado de dónde viene ese dinero, o el de Google, compañías que aparentemente regalan sus servicios. Luego descubrimos que el monitor de la PC es una vitrina invertida. Los compradores están del otro lado. La mercancía somos nosotros. Nuestros datos, fresquecitos, recién pescados.

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