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Ciudad sostenible o fracaso colectivo

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Bílbilis y Labitolosa eran dos ciudades de relativa importancia de la provincia de Hispania Tarraconense en el mundo romano de los siglos I y II. Centros económicos, culturales y administrativos de sus comarcas circundantes, ambas ciudades representaban faros de romanidad cuyos habitantes gozaban del privilegio de ciudadanía. No obstante lo anterior, en cuestión de décadas y por causas que los arqueólogos aún investigan, estos pujantes núcleos urbanos estaban abandonados casi por completo en el siglo III. Algunos investigadores apuntan sus lupas hacia las causas medioambientales, como la escasez de agua. Otros hacia factores sociales o incluso políticos. Lo cierto es que, en un momento dado, dichos enclaves dejaron de resultar viables y atractivos y terminaron por quedar desolados. Salvando las distancias físicas y temporales, esta historia pudiera resultarnos a los torreonenses más familiar de lo que en una primera mirada nos parece.

Una interesante explicación del agotamiento y decadencia del modelo urbano del Imperio Romano -construido a la sombra de la contradicción que implica tejer una extensa red de ciudades con el soporte de una economía eminentemente agraria-, la encontramos en el estudio "El potencial de sostenibilidad de los asentamientos humanos", del doctor Josep Antequera, en cuyo capítulo Evolución urbana, se lee:

"La sostenibilidad de un sistema tan extensivo se hizo imposible (...) Un sistema en el que prevalecieron los niveles de satisfacción de necesidades individuales (corrupción) por encima de los sociales. Que a la vez originaba una explotación excesiva de la periferia a favor del centro, lo que le obligó a consumir muchos recursos en el mantenimiento de fuerzas represivas. Que se vio sometido a una presión invasiva de sistemas sociales externos (pueblos bárbaros) que no tenían ninguna voluntad de asumir el sistema cultural del Imperio. Que a la vez generaba un gran impacto ambiental sobre su entorno agotando fuentes de recursos para su mantenimiento y generando grandes niveles de contaminación ambiental y destrucción de ecosistemas". Esta interpretación es aplicable tanto a escala global como local. Frente a todas estas inercias, la llamada "globalización romana" terminó por sucumbir.

Más de mil 500 años después, en medio de una nueva globalización -de alcances infinitamente mayores, pero basada también en una red de ciudades-, el mundo se encuentra frente a la disyuntiva de generar un modelo urbano que permita mantener la sociedad humana con dignidad y sin acabar con el entorno, o de repetir los errores de antaño y sucumbir por ellos. Desde finales del siglo pasado, el tema de la ciudad sostenible ha venido cobrando fuerza. En junio de 1992 se firmó en Río de Janeiro la Agenda Local 21, la cual pretende desarrollar a nivel mundial un plan estratégico municipal que permita la creación de núcleos urbanos menos hostiles para el medio ambiente y sus habitantes, en los que el consenso sea la plataforma de desarrollo. El enfoque de este programa, suscrito por 179 países, es "pensar globalmente y actuar localmente".

Europa es uno de los continentes que con más entusiasmo ha acogido el compromiso. Dos años después de la Cumbre de Río, 80 ciudades europeas y más de 250 organizaciones internacionales firmaron la Carta de Aalborg, ratificada y ampliada 10 años después, con la finalidad de avanzar firmemente en los objetivos de la Agenda 21.

Los diez compromisos de Aalborg bien pueden servir como modelo para cualquier gobierno local con la voluntad de mejorar las condiciones de su ciudad y contribuir a hacer más habitable el planeta. Dichos compromisos son: mayor democracia participativa; programas eficaces de gestión; garantizar un acceso equitativo a los bienes naturales comunes; consumo y formas de vida responsable; diseño y planificación urbana; mejor movilidad y reducción del tráfico; promover y proteger la salud; crear y asegurar una economía local viva que promueva el empleo sin dañar el medio ambiente; igualdad y justicia social, y, por último, asumir la responsabilidad global para la paz, la justicia, la igualdad, el desarrollo sostenible y la protección del clima. Por supuesto que no es fácil, pero es menester saber que hay comunidades que ya lo están haciendo, por sí mismas y por el planeta.

Para Torreón y su zona metropolitana, un núcleo urbano medio de la provincia mexicana concebido a finales del siglo XIX y principios del XX como "faro del porfirismo", concatenado hoy a la red global de ciudades, el ejemplo vivo de otras latitudes puede representar una gran oportunidad para hacer frente a los problemas que la cercan. El deterioro ambiental, el agotamiento de recursos, la desigualdad social y la inseguridad, son fenómenos derivados en gran medida de la falta de voluntad y visión de las autoridades, y de la apatía de la mayoría de los ciudadanos. Si éstos se sientan a esperar a que sus gobernantes -con toda su mezquindad e indolencia características- se decidan a actuar, es posible que, en el peor de los escenarios, los arqueólogos de un futuro no tan distante se encuentren investigando en las ruinas de esta comarca las causas de la desaparición de su sociedad, de la cual sólo quedaría, como en Bílbilis y Labitolosa hoy, el vago recuerdo de un fracaso colectivo.

E-mail: argonzalez@elsiglodetorreon.com.mx

Twitter: @Artgonzaga

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