U N grupo plural de mexicanos firmamos un desplegado cuya idea principal es impulsar gobiernos de coalición. Por varias de las reacciones se desprende que no fue claro. ¿Coaliciones para qué si son un desastre? No se pueden poner de acuerdo en los consejeros electorales, ¡imagínate una coalición!
La palabra coalición no es nueva en México. De hecho si algún problema lleva su historia es el manoseo que desvirtúa. Conocemos de alianzas y "coaliciones" -previstas en el código electoral- que han servido para conquistar el poder. Los esfuerzos por desplazar a un PRI hegemónico las han concitado. Oaxaca, Puebla y Sinaloa son las más recientes. Pero una vez logrado el objetivo central -sacar al PRI del poder- lo que sigue no es muy halagüeño: repartición de puestos a partir de presiones y cuotas, jaloneos entre servidores que se supone pertenecen a un mismo equipo, en fin, desorden. El origen de las coaliciones está en el parlamentarismo, son la fórmula natural de formar gobierno. Los regímenes presidenciales parten de la lógica del triunfo de mayoría simple que opera muy bien en países con pocos partidos políticos, Estados Unidos por ejemplo. Pero no ocurre lo mismo con aquellos en que las fuerzas partidarias se dividen en varios frentes. Sartori ha dicho que el presidencialismo "digiere" mal esa multiplicación: los acuerdos se dificultan mucho, los ejecutivos se debilitan, las acciones de gobierno se atascan. Suena conocido.
Hay otro agravante, el que gana se lleva todo y el que pierde, pierde todo. Así es el principio mayoritario, ello provoca dos consecuencias graves: la polarización del discurso y el alejamiento de la responsabilidad de gobierno. Los de afuera, los opositores, no tienen ningún incentivo para que el gobierno camine bien y rápido. También suena conocido. De ahí surge la propuesta. La parálisis en asuntos de fondo que vive México podría condenar a varias generaciones a quedar atrapados en un rezago educativo, laboral, de ingresos que no merecen. ¿Cómo destrabar al actual sistema?
Hay quien pugna por incrementar las mayorías artificiales para dar al partido vencedor y al Ejecutivo mayor control y conducción. Otros se inclinan por la segunda vuelta, tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo, para obligar al electorado a concentrar poder. Ambas medidas se miran como un contrapeso a cierto efecto perverso de dispersión de la pluralidad. Pero las coaliciones de gobierno son otra opción, quizá la más acorde con nuestros tiempos.
Todo indica que, por lo pronto, el electorado mexicano se divide en tres grandes partidos nacionales con inclinaciones de voto variables. Pero con alrededor de 40 por ciento de votantes que oscilan cualquier cosa es posible. Esa es la condición de arranque. Parece muy difícil regresar a los tiempos en los cuales un partido obtenía mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y el Senado. Es muy cuestionable que esa mayoría sea benéfica para al pluralidad. Pero también queda claro que gobernar con el 35 por ciento de la votación puede ser una pesadilla. Lo estamos viviendo.
Qué se propone. La coalición constitucional es un acto voluntario para conformar una mayoría que gobierne. Puede ser convocada después de las elecciones, sabiendo dónde quedó parado cada quién. Es una invitación a compartir el poder y también la responsabilidad. Así ni se gana ni se pierde todo. La segunda o la tercera fuerza podría cogobernar.
Todos conocemos las divergencias entre los partidos nacionales. Pero también conocemos las coincidencias que sin embargo, no se muestran a la hora de legislar. Coincidir con el gobierno y legislar en consecuencia es lo normal en una democracia. Lo atípico es que los opositores -cambiantes- siempre estén en contra de cualquier iniciativa gubernamental de fondo.
La coalición surge al hacer esos acuerdos explícitos y oficiales ante el Legislativo. El poder se comparte al repartir las carteras a partir de los acuerdos públicos. Así las discusiones se adelantan y oficializan. Se produce un programa compartido de gobierno. Al llegar la toma de posesión se inician las acciones de gobierno y no la discusión -siempre interrumpida institucionalmente- que se da hoy de manera fallida en el Legislativo. De ahí la ratificación del gabinete por los legisladores.
¿Para qué queremos un jefe de gobierno si ya tenemos al secretario de Gobernación? Es sencillo: el secretario de Gobernación trabaja para el presidente, un jefe de Gobierno trabajaría para el éxito y eficacia de la coalición. En esa designación se plasma el contenido político del acuerdo. La coalición duraría hasta la elección intermedia y, dependiendo de los resultados, podría ser ratificada o no. El afuera y adentro ya no sería motivo de bloqueo radical. Se induce la negociación. Los opositores piensan como gobernantes. No es poca cosa. Lo insostenible es la sistemática y contradictoria negación de propuestas con ánimo de revancha en perjuicio de decenas de millones de mexicanos.