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Columna

El otro detalle

Macario Schettino

En estas fechas finales de año, poco ocurre. Todo el mundo sale de vacaciones, o se organiza para ver a la familia y amigos, aprovecha para sacar pendientes de un año de antigüedad, o simplemente descansa. Con pocas noticias, y con menos ganas de verlas, pues pocos llegan a leer estas líneas, así que puede uno aprovechar para platicar temas fuera de la coyuntura, con la seguridad de que pocos se enterarán de ello.

Hace un par de semanas le comentaba aquí la situación general a nivel global, necesariamente muy por encima. Será un año sumamente interesante en todo el mundo, más movido que de costumbre. La semana pasada hablamos de México, de uno de los dos asuntos que, en mi opinión, son fundamentales para entender nuestra realidad. El primero, del que hablamos ya, es el tema de la ley. Apenas llevamos unos cuantos años de que el poder en México se ha empezado a subordinar a las leyes, y todavía nos cuesta mucho trabajo. No hay cultura de legalidad, como se suele decir, y por lo mismo no hay Estado de Derecho. Y sin eso, lo demás simplemente no puede funcionar bien.

El otro asunto fundamental es nuestra escala de valores. La combinación de estos dos temas, reglas y valores, en particular relacionados con el poder, es el régimen político, que en mi opinión sigue sin existir. No hay consenso real en respetar las reglas (es decir, no hay cultura de la legalidad), y los valores que privilegiamos resultan incompatibles con los resultados que queremos tener. No coincide, pues, la realidad con lo que deseamos, de forma que, antes que cambiar nuestra idea de lo que queremos, cambiamos nuestra actitud frente a la realidad, y despotricamos de los políticos, de los gringos, de los banqueros, o de quien sea. Están verdes las uvas, pues.

Queremos que México sea un país rico, es decir, que crezca económicamente, pero al mismo tiempo despreciamos a quienes generan riqueza. Aprendimos en la escuela que los empresarios son malos, que los buenos son los campesinos y los obreros. Eso dicen los murales de Diego, eso dicen los libros de texto, eso dijo siempre la Revolución, en la que crecimos. La respuesta de siempre a la creación de riqueza es que ésta no importa, es secundaria frente al tema principal, que es la distribución de la misma. Y nadie nos saca de esa falacia, que aprendimos también de niños y que repetimos como loros.

El camino para ser rico en México no es crear riqueza, sino distribuirla a favor de uno. Eso es lo que se llama "apropiarse de rentas" en la jerga de los economistas. Es lo que se hizo en México durante todo el siglo pasado, y todavía hoy sigue ocurriendo. Todo gran empresario en México lo es gracias a su amistad o sociedad con un político destacado. Si no era una concesión, era un subsidio o un arancel favorable, o alguna información privilegiada. Si los empresarios no generaron riqueza, ¿entonces de dónde salió el crecimiento del siglo XX? No de obreros y campesinos, profundamente improductivos aunque muy trabajadores. No de sus líderes, versión popular de la apropiación de rentas. La riqueza de México en el siglo XX no salió de ningún lado, porque no existió nunca.

Lo que hicimos fue agotar los recursos, no otra cosa. Si crecimos, fue porque teníamos recursos ociosos que fuimos poco a poco utilizando, luego abusando y, finalmente, destruyendo. Ahí está el campo, el agua, el petróleo, por si quiere ejemplos. El cuento de la industrialización, a ver quién lo sigue creyendo. No olvide usted que cuando se fue Porfirio, en 1911, México era, por mucho, el país más industrializado de América Latina. Con esos fierros nos seguimos cuatro décadas, y a duras penas fuimos sustituyendo el capital desgastado. Algo de industria nueva hubo, sin duda, que en los años 50 y 60 manejaban esos personajes llamados "prestanombres", que parece hemos olvidado, y que servían para que hubiera inversión extranjera, prohibida en la ley, pero aceptada gracias a quien prestaba el nombre que, por cierto, era socio o amigo de un político destacado.

El caso es que hoy seguimos atorados en lo mismo: no queremos a los emprendedores, no nos gustan los que producen más que nosotros. Lo que todos queremos es que nos pongan donde hay, como decía Obregón. La máxima aspiración del mexicano sigue siendo vivir dentro del presupuesto. Con esas aspiraciones, y sin leyes aplicables a todos, el resultado no puede ser sino el que tenemos. Si quiere otro resultado, esos dos detalles son los que deben cambiarse.

Mientras, feliz e interesante 2012.

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