Combatir al odio
El odio consiste en un sentimiento de aversión hacia alguna cosa o persona, cuyo mal se desea. El odio es una pesada carga, escribió Goethe.
Hace 2,500 años, después de haber contemplado el universo y la vida de los seres humanos, el filósofo griego Empédocles dijo que el odio y el amor son el principio más antiguo de todas las cosas. Al estudiar la naturaleza muerta e inorgánica, encontró que la atracción y la repulsión rigen a la Naturaleza.
Pero ya en el plano meramente humano, en toda relación interhumana se dan tres vertientes: las relaciones son simplemente neutras, es decir, no hay ningún tipo de afectación positiva o negativa; o bien, en toda relación interpersonal una o ambas personas experimentan un sentimiento de simpatía, o sienten cierto grado de antipatía.
Toda antipatía que sentimos por alguien o que ese otro siente por nosotros, implica un grado de negación y repulsa. Por el contrario, cuando se da la simpatía es porque existe aceptación y atracción. El psicoanalista alemán Rattner consideró que “seguramente sólo se odia cuando no se ve ya ninguna posibilidad de llegar a la otra persona, de ser apreciada y aceptada por ella”.
Comúnmente se dice que sentimos peor la indiferencia al odio, pero en realidad no es así, pues en nuestra vida cotidiana sabemos que les somos indiferentes a la gran mayoría de quienes nos conocen y eso lo vemos como algo muy normal. En cambio el odio es un rencor que otro siente por nosotros.
Sólo sentimos verdadero odio cuando nos han ofendido o perjudicado gravemente, o cuando sin ser así, sentimos que esa persona nos aborrece y no nos acepta en ningún sentido.
El odio tiene parientes cercanos y lejanos como la ira permanente, la cólera destructiva o pertinaz, la enemistad sin causa que la justifique, la indignidad con o sin causa real, el resentimiento y el rencor. Todos estos sentimientos demuestran el inicio del odio o uno de sus desencadenamientos. En su forma más extrema se da en los odios entre castas o por tener convicciones religiosas diferentes. El genocida y psicópata Hitler creía que la raza aria era la superior y odiaba a los judíos de la forma más brutal, hasta llegar al holocausto.
Los fundamentalistas religiosos, en aras de su fe, han asesinado a través de la Historia a incontables personas. El odio por divergencias políticas llevó a que murieran más de 50 millones de individuos en la Segunda Guerra Mundial. Las sectas religiosas fanáticas han asesinado en nombre de su dios, desde tiempos inmemoriales, a quienes no profesan sus mismas creencias.
En el plano personal, si alguien nos odia nos sentimos heridos pero además amenazados, pues no sabemos qué tipo de perjuicio podrá causarnos ese sujeto motivado por tal sentimiento, y si quien nos odia es poderoso o malvado se despertará en nosotros una sensación de intensa y persistente amenaza, cargada de miedo o hasta de pánico.
Podemos sentir por alguien cólera, enfado, antipatía o hasta asco, pero no necesariamente odio. Éste sólo nos invade cuando pensamos que la persona odiada puede amenazar valores e intereses que nos parecen extremadamente importantes.
Se dice comúnmente que el odio es un sentimiento perverso, irracional, antirreligioso, inmoral, anormal, y que depende de nosotros el sacarlo de nuestro corazón. La realidad es que en un determinado porcentaje de las cosas (no conozco la medición estadística), los odios que sentimos pudieran responder a ideas irracionales, a exageraciones nuestras o a ciertas anormalidades de nuestro psiquismo. Pero también se da un porcentaje de odios debido a un sano instinto de conservación; estos se configuran cuando hemos agotado las instancias y la otra persona nos ha cerrado las puertas.
¿Habrá un porcentaje de gente que odie con toda justificación y normalidad, sin tratarse de ninguna perversión moral o anormalidad psicológica? Creo que sí. El odio que siente una mujer que ha sido violada, el que experimenta el padre por el asesino de su hijo, el que alguien siente por el amigo que lo traicionó y le causó un grave daño, el odio hacia el sujeto que destruyó el honor y el prestigio sin fundamento alguno, el odio del hijo hacia el padre que lo golpeó y humilló en toda su infancia. Verdaderamente, quien no siente odio por agresiones como las anteriores, podría sufrir de serias anormalidades emocionales, o bien, tratarse de un verdadero santo.
Hagamos lo imposible por no llegar a ser odiados con causa, y extingamos la mayoría de los odios que humanamente podamos extinguir. Pero no nos sintamos personas perversas cuando el odio nos invada por causas graves. ¡Perdonemos de todo corazón lo que podamos perdonar!, pero recordemos que no somos Dios, ni ángeles o santos, sino simplemente seres humanos, por lo que no siempre podremos perdonar.
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