H Ay una frase de Henry Ward, que me encanta: "Una persona sin sentido del humor, es como un coche sin amortiguadores, salta de dolor con cada piedra del camino". Será porque el humor amortigua las penas, aminora los dolores y nos hace ver el mundo desde el caleidoscopio multicolor que genera una sonrisa y otras veces una fuerte carcajada, ésas que tienen la magia de que no dramaticemos nuestros problemas y los veamos como parte de los obstáculos necesarios para nuestro natural crecimiento.
Disfrutar del buen sentido del humor es una manera humilde de corresponder al milagro del nuevo amanecer, éste nos recuerda que: "Es imposible atravesar por la vida sin que un trabajo salga mal hecho, vivir sin padecer alguna dolencia, sin que un ser amado fallezca, sin tropezar ni equivocarse, sin errar el camino, sin sufrir heridas; el humor es un gran maestro que nos enseña simplemente, que todo forma parte del costo de luchar, soñar, amar, crecer, de la vida misma".
El generoso sentido del humor del que goces, como bálsamo sagrado, hará que los males sean menos, porque te llevará a tener en plena adversidad, una percepción positiva de los acontecimientos, dejándote una simple enseñanza: "nadie está vivo para fracasar".
Cada nuevo amanecer, el buen sentido del humor te conduce a mantener una actitud generosamente propositiva; metafóricamente te lleva a "ver la rosa, en lugar de ver la espina" y a ser parte de la solución no del problema. Cuando eres capaz de entender que el humor es una profunda fuente de bienestar que está a tu disposición y que al fortalecer tu sistema inmunológico, aleja la enfermedad; iniciarás tu día orando, dando gracias al Señor por los cientos de milagros que maravillan tu día y además estarás gozando de la sonrisa que produce el poder del humor.
A propósito de humor, en mi tierra había una tienda "La Carolina", durante décadas fue el lugar de compras por excelencia de los victorenses. Se ubicaba en el centro de la capital tamaulipeca; su amable dueño, don Diego Vidal, vendía de todo a precios muy accesibles. En sus anaqueles y aparadores que estaban en un aparente e indolente desorden, -como en botica- había de todo.
La voz popular le inventó el siguiente sucedido a "La Carolina" y a su propietario: Dicen que llegó hasta el establecimiento -mi querido amigo- el afamado luchador profesional Dinky "El Duende", quien por ese tiempo luchaba enmascarado, -ocultando su identidad-, aunque la gente no entendía por qué, ya que con su defecto físico ¿un brazo hecho gancho que sólo llegaba a la mitad?, cualquiera lo identificaba en la calle. El gladiador del pancracio, preguntó al tendero:
¿Don Diego, necesito con urgencia que me venda una máscara, como usted sabe, soy luchador profesional enmascarado, y ¡con la máscara me transformo!, pero me la perdieron mis chamacos y lucho hoy por la noche en la Plaza de Toros, requiero, ¡pero a la voz de ya!, algo con qué taparme.
¿Máscaras para luchador? Creo que ya no tengo. Contestó amablemente el dueño de "La Carolina".
No me 'ingue don Diego, ¡búsquele por ahí!, de veras que la necesito urgente, es que ¡con la máscara me transformo!
Pues fíjese que no tengo. Pero por qué se apura, si usted es excelente luchador, luche sin máscara... y todo arreglado. ¡No puedo señor!, necesito la máscara, pues cuando me la pongo ¡me transformo en una fiera indomable! y así masacro a mis rivales.
¡Don Diego!, -Intervino la ayudante del querido comerciante, me parece que en la bodega hay una máscara... pero no estoy segura.
Don Diego, el conserje, la dependiente y Dinky "El Duende", penetraron a la trastienda donde después de levantar cajas y cajas, efectivamente en el fondo del local había una máscara. El luchador se alegró del hallazgo y después de quitar tierra y telarañas de la seda, se colocó la capucha y al hacerlo inmediatamente con su mano buena y con la otra ganchuda empezó a golpearse la cabeza, a la vez que lanzaba desaforados gritos, se proyectó de tope contra los anaqueles, para posteriormente ir a darle cabezazos a la pared. La gente de "La Carolina", estaba anonadada con lo que veían.
¡Es verdad! -Exclamó alertada y hasta un poco asustada la muchacha- ¡La máscara hace que se transforme!... ¡¡Es una bestia!!
Después de 3 minutos de la extraña transformación, de darse topes contra la pared y golpearse en la cabeza, entre don Diego, el conserje y la dependienta, le quitaron la máscara al Dinky "El Duende", y lo primero que vieron fue una docena de enfurecidos alacranes que le habían dado una recia al afamado luchador profesional.