Los gobiernos de Singapur, la Unión Europea y hasta el de Estados Unidos, están incluyendo en sus políticas de apoyo a los emprendedores lo que hoy se llama el "culto a los fracasos". Esto se hace con un enfoque positivo tratando de infundir en quienes inician una nueva empresa, la audacia y la disposición a los tropiezos que finalmente guía hacia el éxito a los nuevos empresarios. Sin embargo, sin demeritar las buenas intenciones de estos esfuerzos, se debe distinguir entre el miedo natural al fracaso y la ansiedad que provoca el estrés en quienes se lanzan a la aventura emprendedora.
Para ilustrar la ansiedad y explicar su diferencia con el miedo, Freud decía que la ansiedad es cuando reaccionamos irracionalmente ante una manguera como si fuera una serpiente venenosa, y que el miedo es cuando reaccionamos ante una serpiente venenosa como lo que es: un peligro real. La ansiedad es disfuncional, pero el miedo puede tener un efecto positivo dependiendo de la reacción que ello nos provoque, el miedo nos hace protegernos y prepararnos ante cosas peligrosas como el tomar riesgos emprendiendo una nueva empresa. Los buenos emprendedores tienen habilidad para desarrollar un "miedo saludable" acerca de lo que puede salir mal y no permiten que ello los paralice.
Aceptar el fracaso es una parte fundamental al hacer negocios. De hecho la organización mundial Global Entrepreneurship Monitor, mide en los países lo que llaman "Fear of failure rate" que representa el porcentaje de personas entre 18 y 64 años con percepción de oportunidades positivas de negocios que permanecen pasivos por miedo al fracaso. En países considerados como hiper-emprendedores como Israel, Taiwán e Islandia, los fracasos en las etapas tempranas de los nuevos negocios son muy comunes. Los fracasos se presentan al inicio, el éxito toma tiempo en presentarse. Los fracasos iniciales tienen la ventaja, si son bien enfocados, de generar aprendizaje acerca de dónde y dónde no están las verdaderas oportunidades de un negocio y como concretarlas. Los fracasos funcionan como el tiro de las chimeneas, la aparición de los primeros fracasos succiona y estira la aparición de soluciones y éxitos.
Remover obstáculos estructurales para disminuir el riesgo de fracaso. Muchos países, aún aquellos de economías avanzadas, sin quererlo, desaniman a los emprendedores al penalizar la quiebra de un negocio sin importar la causa; impiden que los emprendedores con problemas dirijan otros negocios y en muchos casos consideran la quiebra como un crimen. Otros factores estructurales pueden ser leyes laborales que frenan a los emprendedores en caso de un fracaso y que en lugar de apoyarlos, los llevan directo al cierre definitivo.
Convertir el fracaso en una oportunidad de mejora. Por lo general, los emprendedores no son personas que se arriesgan de manera imprudente y los negocios riesgosos son un aspecto intrínseco para quien quiere crear o innovar. Pero es de suma importancia que se capacite a los emprendedores de tal manera que los fracasos iniciales sean lo más pequeños, rápidos y baratos. Fracasos con estas características no causan grandes daños ni son motivo de vergüenza o sentimiento de culpa.
De ninguna manera los emprendedores que fracasan se deben considerar como poco confiables o demasiado intrépidos para asumir riesgos. En lugar de emplearse de nuevo en una empresa, persisten sin abandonar sus sueños emprendedores. Aunque, por otra parte, muchos empleadores no aceptan en sus filas a emprendedores retirados; es increíble cómo pueden dejar de apreciar la determinación, el valor y la pasión de los emprendedores para crear nuevos negocios, servicios y productos. El fracaso real se presenta cuando los emprendedores fallan en aprender de los errores y convertirlos en oportunidades para crecer. Otro aspecto interesante es entender cómo valora el fracaso cada cultura. En varios países latinoamericanos el fracaso es socialmente inaceptable y este paradigma debe romperse para fomentar que los emprendedores aprovechen los fracasos como fertilizante para el éxito.
Los negocios se desarrollan bajo ambientes de incertidumbre, bajo esas condiciones los fracasos son más frecuentes que los éxitos. A pesar de lo anterior, extrañamente no diseñamos las empresas con capacidad para manejar, mitigar los efectos y aprender de los fracasos. Si pidiéramos a los emprendedores que calificaran del 1 al 10 la capacidad de sus empresas para aprender de los fracasos, lo más probable es que dicha calificación sea menor a tres. La mayor parte de las empresas están predispuestas contra el análisis del fracaso y no aprovechan sus lecciones de forma sistemática.
El fracaso no es algo bueno per se, está muy lejos de ello. Puede costar dinero, destruir la moral, enfurecer a los clientes, dañar la reputación, perjudicar carreras y, en algunos casos, terminar en tragedia. Pero es inevitable en ambientes de incertidumbre y si se maneja adecuadamente, puede ser muy útil. No se debe aventar la toalla por el fracaso, las posibilidades del éxito aumentan en forma directamente proporcional al número de intentos por lograrlo.