Todos sabemos que las personas más ocupadas son también las que hacen más cosas. La razón es muy sencilla: no paran de moverse y de ponerle acción a sus ideas. Por supuesto que estar sin hacer nada para reflexionar o para enfocar nuestra atención en algo muy específico, también es recomendable. Pero si estamos sin hacer nada porque somos indecisos, titubeantes, o porque queremos dejar las cosas "para mañana", ello sí es totalmente improductivo y potencialmente perjudicial.
Las empresas que provocan su propia crisis, que van cuesta abajo, tienen una cultura organizacional pasiva. Las decisiones no tomadas se amontonan, se pierden oportunidades, nadie se quiere arriesgar a equivocarse y es más fácil y cómodo sentarse a ver cómo pasan los días sin involucrarse en algo.
Por el contrario, las empresas prósperas y en crecimiento tienen altos niveles de innovación, la gente muestra iniciativa, son proactivos, buscan las oportunidades y van por ellas, no esperan a que alguien se los pida. Hacen eficientemente la parte rutinaria de su trabajo para tener tiempo de buscar nuevos retos. ¿Por qué se comportan así?
No es casualidad el que se comporten de esa manera, están motivados para tomar esa actitud porque al ponerle acción a sus ideas, muchas veces obtienen pequeños logros que les pavimentan el camino hacia grandes logros. Al moverse en la dirección correcta, la masa crítica de intentos por mejorar los lleva a oportunidades de mejora sustanciales. Su autoconfianza crece con cada pequeño logro y provoca expectativas positivas y los motiva a tener altos niveles de esfuerzos.
Están dispuestos a perseverar, saben que los logros se van haciendo realidad -como un rompecabezas- juntando pacientemente muchas piezas. Cada paso que se avanza hacia adelante los acerca a la meta final. La gente que permanece en acción en ambientes de alta productividad, tiende a emprender acciones adicionales, regresar una llamada adicional o avanzar un poco más en las tareas pendientes antes de dar por terminado el día de trabajo y saben que si se esperan para mañana, de seguro se juntará más trabajo por hacer. Usan trucos mentales como dividir los grandes trabajos en pequeñas etapas para facilitar la identificación de acciones inmediatas que apoyen para terminar la tarea completa.
Saben que la perfección es inalcanzable y por ello no la convierten en su objetivo. Ellos solamente hacen su trabajo y se esfuerzan en ello, están conscientes de que el mundo sigue su marcha aunque ellos se equivoquen porque saben que se puede intentar de nuevo. En este mundo incierto de cambios rápidos la estrategia de negocios incluye espacio para la improvisación. A veces hacen caso de dichos como "lo mejor es enemigo de lo bueno" y no se esperan para encontrar las condiciones perfectas para tomar acción; "el que no arriesga no gana", saben de sobra que el camino del éxito conlleva riesgos.
La acción provoca energía y empuje. La realidad es que se siente uno mejor tomando acción y participando que "nadando de muertito". El trabajo en exceso produce estrés.....y la pérdida del trabajo también. Cuando uno no aporta nada con su trabajo, se pierde el control del mismo, se vuelve muy vulnerable. En cambio, cuando tomamos acción y mostramos iniciativa para dar resultados, nos sentimos dentro de control. La filosofía de la acción es indispensable para los emprendedores, la única forma de hacer realidad el potencial de un plan, es poniéndole acción.
Muchas veces no es fácil ponerle acción a los planes, la cultura organizacional, los jefes autocráticos, los compañeros de trabajo poco colaborativos y el entorno de incertidumbre de los negocios puede obstaculizar la iniciativa y la acción. Pero quienes a pesar de todo salen airosos y logran ponerle acción a sus planes son aquellas personas que siempre prefieren tomar acción, cualquier acción, en lugar de solamente permanecer inactivos aunque tengan una buena excusa para ello.
Por otra parte, las personas que justifican la no acción, argumentan que al tomar acción se puede incurrir en errores que no se pueden corregir, que las decisiones se pueden postergar a propósito y que ello implica en sí haber tomado una decisión -y tienen razón cuando así es el caso, decidir no hacer nada es en sí una decisión-, que actuar en cuanto surge alguna oportunidad, significa no seguir los planes estratégicos establecidos.
La mayor parte de las veces, no hacer nada no funciona. El momento pasa y la ventana abierta de la oportunidad no permanece siempre abierta. Tenemos que iniciar una acción, aunque sea pequeña, para causar una onda que mueva el cosmos y entonces, reaccionar en la situación creada con nuestra pequeña acción para avanzar de la mejor manera posible. Es más fácil mejorar algo que ya se inició -aunque el inicio haya sido fallido-; por lo menos ya estamos en el juego y ya nos dimos cuenta de que algo no funcionó bien.
Las soluciones suficientemente buenas, en lugar de buscar la perfección sin hacer finalmente nada son, por mucho, mejores que la inactividad. Cualquier desplazamiento en la dirección correcta, es mejor que ningún desplazamiento. Vivimos en un mundo que se desarrolla velozmente, las oportunidades son pasajeras y se evaporan ante nuestros ojos por no tener velocidad para reaccionar. Cualquier acción es mejor que ninguna acción.
Nota del autor: Los artículos aquí publicados y otros adicionales, están disponibles en la página www.praxisejecutiva.com
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