Las empresas que desarrollan productos innovadores usando nuevas tecnologías, sí saben lo que es competir y dan por hecho que deberán hacerlo muy bien si quieren permanecer en el mercado, la necesidad de competir funciona a la vez como un excelente incentivo, como adrenalina para hacer que los sentidos se disparen y traten de funcionar lo mejor posible. Sus dirigentes confían en su propia capacidad para crear nuevos productos y para ponerlos en el mercado rápidamente.
Los emprendedores de este tipo particular de empresas, no sólo no rehúyen la competencia con otras empresas en condiciones similares, ello forma parte de sus reglas de juego. Ven la competencia como una oportunidad para mostrar las capacidades de la empresa, de su propia gente, no tienen temor de ser puestos a prueba, sobre todo cuando sus competidores también conocen muy bien el negocio y representan una competencia fuerte.
El principal beneficiario de la competencia equitativa lo es siempre el cliente porque con ella tiene acceso a productos cada vez de mayor calidad y en general con mejores precios y servicio. Los propios competidores ganan pues al competir pueden superarse aprendiendo de sus aciertos también de sus errores.
Lamentablemente no siempre las condiciones para competir son todo lo equitativas que deberían ser. Por ejemplo, cuando una de las empresas es del primer mundo y la otra del tercero. La primera cuenta con mecanismos de innovación bien aceitados, mayor posibilidad de acceso a capital de riesgo y mercados más abiertos para poder colocar sus productos. Incluso en nuestro propio país, las empresas localizadas en ciudades pequeñas son relegadas para dar paso a empresas de ciudades como Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México.
Todos aquellos empresarios que apuestan a la innovación desde el tercer mundo o desde una ciudad pequeña, saben lo difícil que es generar condiciones en las que el mundo académico y el empresario actúen con sinergia, lo complicado que es conseguir un crédito cuando el valor agregado es conocimiento y las dudas que se generan respecto de la calidad de un producto de alta tecnología por su procedencia.
A los productos "made in" USA, Francia, Alemania, Japón o Corea- por citar cinco ejemplos paradigmáticos- por contar con un respaldo muy fuerte en todos los sentidos-, consciente o inconscientemente les damos toda la libertad para colocarse en mercados como el nuestro. Por el contrario, productos "made in" Argentina, Guatemala o Paraguay, citando tres ejemplos a los que agregaría temerariamente también a México, evidentemente no tienen el mismo respaldo detrás y cargan un pesado grillete en el pie, que les dificulta colocarse en mercados del primer mundo incluso cuando pudiese contar con productos con calidad competitiva.
Todo parece indicar que dos empresas de alta tecnología- una del primer mundo y otra del tercer mundo, o una de ciudad grande y otra de ciudad pequeña- si por una de esas hermosas casualidades son ambas capaces de producir un bien técnicamente superior a las demás, o hasta si queremos con precios suficientemente bajos, lamentablemente no estarían en similares condiciones para competir. Y todo está a la vista. Porque por causas que conocemos o por lo menos intuimos, las dos empresas operan realmente en dimensiones comerciales muy distintas.
Para las empresas pequeñas, competir en estas condiciones se asemeja a un espejismo aparentemente inalcanzable hasta para los emprendedores más tesoneros. Algo parece estar más allá de las posibilidades individuales de cada una de estas empresas que como David el de Goliat cometen el atrevimiento de decirle a las de ciudades grandes o de países de primer mundo: "estamos aquí golpeando la puerta y queremos entrar".
Una emprendedor de Zacatecas decía que bajo estas condiciones de competencia no hay atajos, no hay escaleras para subir, es como querer subir a un palo encebado, es muy difícil avanzar y muy fácil caer.
Sin embargo, no hay nada que políticamente impida a una empresa pequeña de provincia o de tercer mundo, competir y ganarle a una de ciudad grande o de primer mundo. El proteccionismo es algo del pasado con lo que se justifica la ineficiencia actual. Se debe demostrar que son tan buenas innovando como las otras y también competitivas en precio y en servicio. Además, se debe contar con certificaciones de calidad en los procesos y sus productos. Quien acredita que alguien es bueno, debe ser confiable. Obviamente, por el nivel de innovación que ya poseen, las únicas organizaciones certificadoras creíbles tienen sus casas matrices en el primer mundo.
¡Por supuesto que no es imposible subir! No existe una cortina de hierro que se baja para que no se pueda entrar. Simplemente, se hace difícil, muy difícil lograrlo. A veces no se puede subir empujando desde abajo, alguien te tiene que tender una mano desde arriba. Para muchos esa mano amiga genera daños inaceptables.
Había hace muchos años, un programa de televisión que se llamaba ¡Sube Pelayo Sube!, en ese programa conducido por el comediante de ese nombre, quienes participaban intentaban subir hasta lo alto de un palo encebado para ganar un premio en dinero. Los ganadores generalmente eran quienes intentaban casi al final del programa, cuando el palo ya tenía poco cebo por los intentos de los participantes anteriores.
La otra opción de las pequeñas empresas de tecnología es seguir intentando, para competir contra los grandes, para que el palo encebado de la competencia, con las marcas de las uñas de sus propios intentos y de quienes lo intentaron antes, ya no esté tan liso y resbaloso.