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CONTEXTO LAGUNERO

ATAJOS PARA FORMAR DIRECTIVOS DE EMPRESA

JUAN MANUEL GONZÁLEZ

Un título de Maestría en Negocios no garantiza que quien lo tiene sea un buen administrador, ya lo decía Henry Mintzberg -pensador de negocios y quizá la versión moderna de los sabios renacentistas-: "Necesitamos directivos, no "MBAs". En sus investigaciones sobre administración, con mucho soporte, señala que es necesario cambiar tanto la práctica directiva como la educación para la misma.

Mintzberg es un canadiense orgulloso en un mundo repleto de norteamericanos, tiene catorce doctorados, trece de ellos honoris causa y a pesar de ello, continúa su vida simple pese a haber sido condecorado por Québec (su provincia natal) y haber recibido tantas distinciones que es imposible nombrarlas: su currículum ocupa 27 páginas y no incluye todas sus actividades ni todas sus publicaciones.

La primera maestría en administración de empresas se creó en Harvard en 1908, fruto del deseo de crear una ciencia de la administración seria y rigurosa. Muchos años de investigación aportaron una gran cantidad de teorías. Muchas de ellas explicaban normativamente el trabajo del directivo. Todo iba bien hasta que Henry Mintzberg, como estudiante de Doctorado en el MIT (Massachusetts Institute of Technology), se puso a observar para comparar el trabajo real de los directivos, con lo que los libros nos decían que debían hacer.

El contraste que detectó fue radical: lejos de vivir en un mundo previsible y ordenado como indicaban los libros, los directivos trabajaban en un entorno incierto, caótico, estresante, frenético y confuso a tal punto que era difícil distinguir entre lo trivial y lo importante y lo importante y lo urgente.

Henry demostró que el directivo pasa la mayor parte de su tiempo arreglando problemas y resolviendo crisis, y casi nada planificando, controlando y evaluando. Esa vida agitada de los directivos es un componente natural e indisociable de la administración porque ellos deben tomar decisiones en el presente sin entender realmente sus consecuencias futuras. Con su tesis doctoral, el libro que surgió de ella y el artículo que publicó en el Harvard Business Review, Mintzberg cambió para siempre la manera de ver la administración; no es realmente una ciencia, ni tampoco una forma de arte, sino algo de ambos.

Mintzberg reconcilió el pensamiento científico con el desorden de la administración y sugirió que el mundo de las organizaciones debe necesariamente incluir una dimensión humana: ciencia, arte y oficio finalmente reunidos. Demostró que la buena gerencia requiere tanto de cerebro como de corazón y que tratar de compensar uno con otro es mala idea.

Lo que no se preguntó Mintzberg es: ¿Se puede formar a un directivo en un año? ¿En un aula? En los últimos tres años, los mismos académicos han discutido sobre el valor que tiene la formación ejecutiva, especialmente en las escuelas de negocio de mayor historia. Desde las publicaciones académicas se analiza si es posible lograr formar verdaderos directivos en un aula.

El derrumbe de organizaciones y sistemas económicos hizo que los medios acusaran a las escuelas de negocios de haberse hecho de la vista gorda ante el relativismo moral que florece en los campus y en el mundo mismo de los negocios. Y hablamos de las mejores escuelas de negocio cuando vemos quiénes son el blanco de estos disparos. Businessweek, entre otras revistas especializadas, las llegó a llamar "enemigo público número uno", y se las acusó de ser incentivadoras de gente con pocos escrúpulos y portadoras de una ética relativista.

Está sembrada la duda acerca del valor que da a un verdadero directivo el hacer un programa de maestría en negocios. Muchas escuelas reaccionan modificando sus currículas, agregando materias que tienen que ver con la ética y la responsabilidad social. Por su parte, la comunidad empresarial y gubernamental se preguntan si es suficiente con agregar nuevos contenidos. ¿Asegura esto que, llegado el momento de la verdad, el directivo actuará, efectivamente, de modo ético?

Estas situaciones han trascendido a las universidades y hoy se incluyen en las licenciaturas una buena parte de ellas, materias y seminarios que van orientados a formar al profesionista como persona responsable en lo individual y en lo social. Para que además de saber, de tener conocimientos de su propia profesión, sepa también ser. Se intenta también que los nuevos profesionistas tengan una cosmovisión humanista a pesar de que ello se les critique sin base a dichas universidades.

Algunas características esenciales para la dirección, pueden ser desarrolladas en el aula. Por ejemplo, algunas competencias - conocimiento, habilidades y capacidad de juicio-, y en gran medida también la motivación - aspiración, compromiso y capacidad de sacrificio para ejecutar un rol determinado. Pero además, un directivo debe mostrar lo que algunos llaman carácter, los valores y virtudes universalmente reconocidas como dignas de mérito y orgullo. Entre ellas podemos encontrar el coraje o fortaleza y la prudencia. Se debe ir más allá del diseño de una currícula. Tiene que ver con ciertas características, el porte moral y las aspiraciones genuinas de quien aspira a una carrera directiva.

La preparación del directivo también implica vocación, ser directivo de empresa también equivale a practicar una profesión específica, el directivo es tan profesional como lo es un médico y requiere tener vocación para ser un buen practicante de la profesión de dirigir empresas.

En su libro "Como destruir una empresa en 12 meses...o menos", Luis Castañeda dice: "Quien llega a ser Director General, sin tener vocación para serlo, tarde o temprano tendrá problemas de actuación, por una razón sencilla, no le gusta lo que hace, y acabará causando problemas a su empresa o incluso, llevarla a la quiebra".

Un año puede ser insuficiente para formar un buen directivo, pero no para comenzar y acompañar un proceso profundo de cambio. El modo de diseñar y dirigir un programa MBA debe ser muy honesto en este sentido. Debe encarar a cada individuo que sienta ese llamado a ser dirigente, con la realidad de que el proceso es necesariamente arduo, y que no existen atajos para cumplir con esa vocación.

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