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CONTRALUZ

LAS SARDINAS Y YO

Dra. Ma. del Carmen Maqueo

Solamente en la Literatura sucede

que el personaje de la historia hable

consigo mismo de forma natural, de

igual modo como podría hablar con

seres fantásticos salidos de su ima-

ginación. Pero en nuestro mundo re-

al, a cualquiera que muestre visos

de estar dialogando consigo mismo

pronto le habremos colgado una eti-

queta de “loco” y lo habremos mar-

ginado. En este punto, me atrevo a

decir, radica uno de los grandes ma-

les de nuestros tiempos.

Hace algunos días asistí a una re-

unión social: En el interior de un

gran salón se había desplegado al-

go así como una veintena de mesas

con diez invitados cada una. El

evento tuvo varias partes, una de las

cuales consistía en la proyección de

un video, por cierto muy interesan-

te. Durante los casi diez minutos que

duró dicha proyección, y con “un ojo

al gato y otro al garabato” paseé la

mirada por las distintas mesas, y lla-

mó mi atención que no menos de

dos personas por mesa se mante-

nían ajenas a la gran pantalla, sumi-

das en sus aparatos móviles. Ello me

llevó a evocar imágenes urbanas fa-

miliares a todos nosotros, un indivi-

duo que se encuentra solo en un si-

tio público, casi de inmediato y con

signos que denotan urgencia echa

mano de su aparato de comunica-

ción y algo hace con él: O llama, o

“textea”, o hace como que llama o

como que “textea”. El asunto, al pa-

recer, es escaparse de aquel terribi-

lísimo instante de solitud…

Frente a una escena como ésa me

ha quedado la duda si la persona

que se refugia en un montón de cir-

cuitos para romper ese instante difí-

cil, lo hace temerosa de que otros la

observen sola y la juzguen, o si en

realidad es un temor interno a la so-

ledad de mí-conmigo, lo que sería

aún más grave entonces.

Con respecto a la tecnología en

la comunicación innumerables cosas

han cambiado en los últimos trein-

ta años: Entre 1981 y 1986 nace la

primera generación de teléfonos

móviles de tipo analógico, que final-

mente son sustituidos en 1990 por

los de segunda generación, que

paulatinamente van progresando a

los de tercera, y finalmente al “te-

léfono inteligente”. De este mismo

modo fuimos dejando de lado los

costosos “ladrillos” para ver nacer

aparatos de muy finas dimensiones,

menos caros, con capacidades cada

vez mayores para comunicarnos con

todo el planeta. Pero en ratos pare-

ce que el incremento en la inteligen-

cia de los aparatos ha traído una

merma en la actitud inteligente de

nosotros, los usuarios, pues depen-

demos cada vez más de esa cajita

con entrañas de cobre para sentir-

nos vivos y cuerdos.

Otra actitud que vamos estrenan-

do en este mismo asunto de la tecno-

logía, es lo que tiene que ver con el

video. Ante cualquier situación que se

sale de lo ordinario, en lugar de dis-

frutarla con los sentidos nos afana-

mos en capturarla con la cámara, ya

sea del propio celular, cámara digital

o qué sé yo. El goce del momento

queda cancelado ante la inminencia

de filmar aquello para la posteridad,

y tantas veces la posteridad también

queda cancelada pues falla la filma-

ción, o ya cuando vemos con deteni-

miento las imágenes comprendemos

que no empatan con lo poco que al-

canzamos a percibir en vivo, y que

más valdría haber disfrutado aquello

en el instante.

En fin, volviendo un poco al asun-

to de nuestro propio espacio, la an-

gustia existencial nos ha llevado a

movernos como pececitos en medio

de un banco de sardinas, procura-

mos ir en el grupo con todos los de-

más. Es menos importante hacia

dónde vamos, el asunto, pareciera,

es ir todos juntos. Y de esta manera

nos vamos perdiendo incontables

oportunidades de personalísimo es-

parcimiento, pues si no es con el gru-

po simplemente no lo intentamos.

Perdemos ese sello de autenticidad,

y lo más triste, ni procuramos ni dis-

frutamos un rato de mí-conmigo, es-

pacio fundamental para la reflexión

y la creatividad.

Esta tendencia de banco de sar-

dinas comienza a percibirse por par-

te del niño pequeñito, de manera

que él descarta ya la posibilidad de

estar solo y opta, en el peor de los

casos, por el barullo constante de la

televisión o del radio. Vistas así las

cosas, el estar solo consigo mismo

se presenta de primera intención co-

mo un momento de crisis indesea-

ble, y no como un espacio para la re-

flexión y el auto-conocimiento. La

soledad de mí conmigo la vivimos

como si nos halláramos debajo del

agua, sintiendo la inminencia de mo-

rir en ese mismo instante.

Ojalá que cuando nos sorprenda-

mos a nosotros mismos entrando en

esas crisis de pánico por hallarnos so-

los, interrumpamos ese círculo vicio-

so de las sardinitas y comencemos a

hacer de tales ratos espacios para la

creatividad y la propia definición, al-

go que resulta urgente rescatar en

nuestros agitados tiempos actuales.

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