Solamente en la Literatura sucede
que el personaje de la historia hable
consigo mismo de forma natural, de
igual modo como podría hablar con
seres fantásticos salidos de su ima-
ginación. Pero en nuestro mundo re-
al, a cualquiera que muestre visos
de estar dialogando consigo mismo
pronto le habremos colgado una eti-
queta de “loco” y lo habremos mar-
ginado. En este punto, me atrevo a
decir, radica uno de los grandes ma-
les de nuestros tiempos.
Hace algunos días asistí a una re-
unión social: En el interior de un
gran salón se había desplegado al-
go así como una veintena de mesas
con diez invitados cada una. El
evento tuvo varias partes, una de las
cuales consistía en la proyección de
un video, por cierto muy interesan-
te. Durante los casi diez minutos que
duró dicha proyección, y con “un ojo
al gato y otro al garabato” paseé la
mirada por las distintas mesas, y lla-
mó mi atención que no menos de
dos personas por mesa se mante-
nían ajenas a la gran pantalla, sumi-
das en sus aparatos móviles. Ello me
llevó a evocar imágenes urbanas fa-
miliares a todos nosotros, un indivi-
duo que se encuentra solo en un si-
tio público, casi de inmediato y con
signos que denotan urgencia echa
mano de su aparato de comunica-
ción y algo hace con él: O llama, o
“textea”, o hace como que llama o
como que “textea”. El asunto, al pa-
recer, es escaparse de aquel terribi-
lísimo instante de solitud…
Frente a una escena como ésa me
ha quedado la duda si la persona
que se refugia en un montón de cir-
cuitos para romper ese instante difí-
cil, lo hace temerosa de que otros la
observen sola y la juzguen, o si en
realidad es un temor interno a la so-
ledad de mí-conmigo, lo que sería
aún más grave entonces.
Con respecto a la tecnología en
la comunicación innumerables cosas
han cambiado en los últimos trein-
ta años: Entre 1981 y 1986 nace la
primera generación de teléfonos
móviles de tipo analógico, que final-
mente son sustituidos en 1990 por
los de segunda generación, que
paulatinamente van progresando a
los de tercera, y finalmente al “te-
léfono inteligente”. De este mismo
modo fuimos dejando de lado los
costosos “ladrillos” para ver nacer
aparatos de muy finas dimensiones,
menos caros, con capacidades cada
vez mayores para comunicarnos con
todo el planeta. Pero en ratos pare-
ce que el incremento en la inteligen-
cia de los aparatos ha traído una
merma en la actitud inteligente de
nosotros, los usuarios, pues depen-
demos cada vez más de esa cajita
con entrañas de cobre para sentir-
nos vivos y cuerdos.
Otra actitud que vamos estrenan-
do en este mismo asunto de la tecno-
logía, es lo que tiene que ver con el
video. Ante cualquier situación que se
sale de lo ordinario, en lugar de dis-
frutarla con los sentidos nos afana-
mos en capturarla con la cámara, ya
sea del propio celular, cámara digital
o qué sé yo. El goce del momento
queda cancelado ante la inminencia
de filmar aquello para la posteridad,
y tantas veces la posteridad también
queda cancelada pues falla la filma-
ción, o ya cuando vemos con deteni-
miento las imágenes comprendemos
que no empatan con lo poco que al-
canzamos a percibir en vivo, y que
más valdría haber disfrutado aquello
en el instante.
En fin, volviendo un poco al asun-
to de nuestro propio espacio, la an-
gustia existencial nos ha llevado a
movernos como pececitos en medio
de un banco de sardinas, procura-
mos ir en el grupo con todos los de-
más. Es menos importante hacia
dónde vamos, el asunto, pareciera,
es ir todos juntos. Y de esta manera
nos vamos perdiendo incontables
oportunidades de personalísimo es-
parcimiento, pues si no es con el gru-
po simplemente no lo intentamos.
Perdemos ese sello de autenticidad,
y lo más triste, ni procuramos ni dis-
frutamos un rato de mí-conmigo, es-
pacio fundamental para la reflexión
y la creatividad.
Esta tendencia de banco de sar-
dinas comienza a percibirse por par-
te del niño pequeñito, de manera
que él descarta ya la posibilidad de
estar solo y opta, en el peor de los
casos, por el barullo constante de la
televisión o del radio. Vistas así las
cosas, el estar solo consigo mismo
se presenta de primera intención co-
mo un momento de crisis indesea-
ble, y no como un espacio para la re-
flexión y el auto-conocimiento. La
soledad de mí conmigo la vivimos
como si nos halláramos debajo del
agua, sintiendo la inminencia de mo-
rir en ese mismo instante.
Ojalá que cuando nos sorprenda-
mos a nosotros mismos entrando en
esas crisis de pánico por hallarnos so-
los, interrumpamos ese círculo vicio-
so de las sardinitas y comencemos a
hacer de tales ratos espacios para la
creatividad y la propia definición, al-
go que resulta urgente rescatar en
nuestros agitados tiempos actuales.
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