Corridas de toros
En defensa de las corridas de toros se han hecho todo tipo de aseveraciones. He aquí algunas que a mi juicio deberíamos aceptar:
-Que el torero requiere dosis altas de valor, arte y pericia para plantarse y actuar con gallardía ante el astado.
-Que la fiesta de los toros es una manifestación cultural de profunda y extensa raigambre en varias comunidades humanas, sobre todo las de origen latino.
-Que la tauromaquia ha inspirado creaciones extraordinarias en todas las bellas artes. De ello dan cuenta cabal poemas y relatos memorables, obras plásticas impresionantes, cine y música excelsa.
-Que las corridas de toros son una fuente legítima de empleo para infinidad de personas que así pueden sostener a sus familias.
-Que los toros de lidia son criados con un esmero que rara vez se brinda a otras especies bovinas.
-Que la fiesta brava es una tradición que identifica y resalta nuestra hispanidad ante el mundo.
-Que el arte de Cúchares constituye un colosal atractivo turístico que ayuda a la economía nacional.
-Que en el ruedo el toro tiene la oportunidad de luchar por su vida e incluso de ser indultado cuando demuestra la nobleza de su casta, cosa que jamás ocurre en lo rastros.
-Que usualmente se da una noble camaradería y una sana convivencia entre los aficionados a los toros que convendría emular.
Admitido de buena fe todo lo anterior hemos de reconocer que sin duda, la fiesta brava tiene muchos valores, ante todo, estéticos, económicos y culturales, pero también es necesario aceptar que todos éstos no justifican la crueldad con el toro.
No debemos olvidar que la lidia es una serie de tercios en que el toro es cruelmente picado, banderilleado y herido de muerte con el estoque. A ninguna persona en su sano juicio le gustaría que usaran contra sus seres queridos los instrumentos que se emplean en cada tercio: la puya, las banderillas y el letal estoque. No obstante, muchos aficionados disfrutan ver que el picador le clava al toro en el lomo la puya que le lesiona gravemente los músculos trapecios, romboideos, espinosos, serratos y transversales del cuello. Después aplauden cuando en esas mismas heridas son clavadas, con fuerza y saña, las seis banderillas terminadas en ganchos de acero punzante y cortante de ocho centímetros. Finalmente gozan cuando el animal es atravesado con un estoque de doble filo de 80 centímetros que según el lugar por el que penetre puede destrozarle los pulmones, la pleura, el hígado, etcétera. Por supuesto, ante tanto dolor el pobre toro trata de huir, pero entonces es atacado en la nuca con el descabello (espadín de 10 centímetros). Acto seguido, los ayudantes del matador lo hacen girar a izquierda y derecha para que el estoque clavado le corte más sus órganos internos. Cuando por fin cae le clavan la puntilla, también en la nuca, cortándole la médula espinal. Así el toro pierde todo control sobre sus pulmones, y se asfixia con su propia sangre. Es común que estando aún agonizante al toro le corten las orejas, el rabo y los testículos.
Hay quienes afirman que los toros jamás experimentan sufrimiento; dicen que sólo los seres humanos son capaces de sufrir, pues según ellos el sufrimiento requiere pertenecer a la categoría de seres racionales. En el colmo de los colmos, declaran que los toros alcanzan su plenitud vital al ser agredidos en la lidia. Para respaldar su atrevido aserto alegan que hay menos cortisol en los animales tras el último tercio y que éstos pueden elaborar una cantidad de endorfinas mayor que la de los humanos. Esas personas son muy parecidas a quienes hace siglos pretendían justificar el sacrificio de esclavos en peleas de gladiadores y en enfrentamientos desventajosos con animales salvajes. Y si hace siglos se les negaba la categoría de personas a los esclavos, hoy a algunos fanáticos les parece natural negarles la capacidad de sufrimiento a los toros.
A final de cuentas todo se reduce a tener clara la jerarquía de valores. La ética está sobre la estética y la piedad sobre la utilidad. La tradición importa, pero vale mucho más la evolución.
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