"Cuántos gestos, palabras, acciones obsoletos en la vida de un hombre. Cuántos gestos, palabras, acciones obsoletos en las vidas de todos los hombres". Son letras de Luis Ignacio Helguera en Murciélago al Mediodía. Antes que la muerte lo sorprendiera entre pesebres, abrevaderos, patios, aljibes; entre los infinitos vericuetos de este ajedrez, nuestra vida.
Sus palabras resumen la humana propensión al actuar anticuado, no acorde a las circunstancias actuales. Un accionar pensado en reversa, con los ojos en la espalda, como tratándose de un cangrejo infértil, sometida la imaginación al juego del destierro, a la canallada del pasado, un defensivo reaccionar ante púas que aún hacen sangrar la espalda. El maldito opio para los conformes.
El proceder obsoleto es defensa evolutiva ante el presente. Imposible moldear un accionar distinto en el ahora, antes que sea. La carencia de aprendizaje atornilla a los adeptos, nos deja inmóviles -a nosotros, los generalizados cobardes que no rompen, que no hieren, que no lastiman, que conformes nos resignamos a lo que vemos. Si mucho, lloramos por corredores, en las mañanas, estas nuestras quejas cotidianas, estas letras.
Gestos, palabras, acciones. Obligadamente obsoletos. El legado cultural invade y preserva. Condicionado anquilosado aprisiona. Defendiéndose de ser borrado, refractario se pavonea. Mandar a la mierda esos defectos, sacarlos al sol a la luz del día.
Reconocer y exhibir el paisaje recurrente de los vicios. El hoyo corrupto del sálvese el que pueda. El bagaje del tranza tatuado, resistiéndose al cambio. La reacción individual cobarde, la que no arriesga, abrumada ante la colectividad de escudos. Gestos, palabras y acciones condicionadas por la inercia estúpida. Por la imbecilidad conformista que nos medra. Por la queja entre dientes que consuela, que de nada sirve salvo para perder el tiempo.
Quizá así deseamos (merecemos) vivir. Sumidos tranquilos en la mediocridad que alimenta.
Sumidos en el accionar obsolescente, reflejo de riesgo calculado que ralentiza conductos. Que nadie rompa y que todo aprisione. Justo los trenes se marchan de la estación aún repleta de despedidas, y siguen rectos por horas sin cambio de rumbo, sin que nadie proyecte, sin ni siquiera que impulse, y que puntuales llegan a las estaciones, donde la noche pasan hasta la mañana siguiente.
Opio de conformes, pequeño resquicio de confort, obsoleto en sí mismo. La acción del cabizbajo que siempre ve callejones. La del que no sueña ni despierto. La del que ha bajado los brazos sometido por una realidad que abruma. La del cínico realista que a veces envidio. La del sáquele punta gandaya del no progreso mi resto al bolsillo. La del que no se toquetea bajo las sábanas porque eso es malo, ya lo dijo el cura. La del acostumbrado estático, aquí me estoy quieto, al cabo ya se hizo de noche y ahorita me duermo.
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