Si el arranque del año es el momento de hacer el balance de lo hecho y de lo que "falta por avanzar", el presidente Felipe Calderón erró la conclusión del ejercicio: este año será de reiteraciones... no de realizaciones.
En su mensaje de año nuevo, el mandatario reitera que "seguiremos combatiendo con firmeza y determinación a los criminales", reitera que "estamos avanzando por la ruta correcta" y reitera que "vamos a derrotar a los criminales". Ni afloja ni aprieta el combate al crimen, reitera. Elude la reflexión a la que invita. No decide, deja a la inercia el curso de la violencia.
Si la indecisión es la decisión, vale entonces exigir a los precandidatos presidenciales fijar postura ante tan delicada materia. ¿Si conquistan la Presidencia, desaparecerían o no a la Secretaría de Seguridad Pública? ¿Darían continuidad al proyecto de la Policía Federal o, como ocurrió con las administraciones panistas, lo cambiarían? ¿Cuál es el enfoque de su estrategia ante el crimen organizado?
Obviamente el interés de los precandidatos está puesto en concretar su ambición de jefatura al Estado y al Gobierno pero, ante tanta sangre derramada, es preciso conocer desde ahora qué piensan hacer con esa guerra. Es hora de saber no qué quieren, sino qué ofrecen.
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Se entiende el afán del presidente Calderón de no contaminar el saludo de año nuevo con el problema que más perturba el ánimo nacional, pero la fórmula "más-de-lo-mismo" o "PAN-con-lo-mismo" no reivindica, sepulta la esperanza de pensar en mejores derroteros.
Si el mandatario no plantea la tónica a imprimirle al combate al crimen en la antesala de la elección presidencial, mejor será acerar los nervios para atravesar días todavía más aciagos y asumir que el crimen muy probablemente aproveche la elección de 2012 en su propio beneficio.
En la lógica presidencial, su estrategia no tiene por qué considerar la coyuntura. Vale igual para el primer que para el penúltimo año del sexenio. Eso es falso. En 1994 el país vivió el peligro de caminar por el borde del precipicio, como para repetir el viejísimo cuento del aquí-no-pasa-nada. Hacer del fracaso de un sexenio el destino inexorable del siguiente es un despropósito.
El presidente Calderón tiene nueve meses -como se dijo hace ocho días- para implementar la decisión de apretar o aflojar el combate y garantizar su sucesión, pero muchísimo menos tiempo para decidirlo. Allá él, si la indecisión es su decisión.
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Es inmensa la distancia entre el presidente Felipe Calderón del domingo pasado y el opositor Felipe Calderón de septiembre de 1998, cuando instaba al presidente Ernesto Zedillo a construir un acuerdo para la transición y la gobernabilidad. A dos años de la conclusión de aquel sexenio, Calderón advertía:
"Hay un riesgo en el futuro que debemos evitar, la incertidumbre en México crece, el ambiente de preocupación va en aumento... La verdad es que prevalece la angustia, la sensación de falta de rumbo y creo que lo que debemos hacer es, entre todos, establecer con claridad a dónde queremos ir, no como partido sino como país, y para eso es importante un acuerdo de esta naturaleza, y esto es lo urgente".
Quería con el acuerdo romper "la maldición" de las crisis recurrentes y precisaba: "Una vez puestos de acuerdo hacia dónde queremos llegar, discutamos entonces cuáles son las políticas públicas que nos permitan llegar año con año o cada tres, cada cinco años a esa meta y, entonces, estas políticas en lugar de ser propuestas aisladas de partidos se podrán convertir en verdaderas políticas de Estado".
¿Qué fue de aquel Calderón que, ahora, no escucha ni el eco de su dicho?
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Por eso, conviene presionar a los precandidatos sobre el qué hacer frente a la violencia que sangra al país. Si el resto del sexenio la inercia va a gobernar, qué propone el próximo jefe del Ejecutivo. ¿Qué piensan hacer Enrique Peña, Marcelo Ebrard, Santiago Creel, Manlio Fabio Beltrones, Andrés Manuel López Obrador, Alonso Lujambio con la administración en materia de seguridad?
Es preciso darle contenido a la pretensión de ejercer el poder presidencial, elevar el debate para salir de la subcultura del spot, el jingle y la frase pegajosa. ¿Se plantean el rediseño de la administración? ¿Comparten la idea de preservar la Secretaría de Seguridad como tal, en vez de convertirla en Subsecretaría de lo que podría ser la Secretaría del Interior en lugar de la Secretaría de Gobernación?
Ir a la guerra sin conocer el campo de batalla y el arsenal con que se cuenta, sin coordinar la inteligencia, la prevención y la persecución del delito y aplicar sin definir un enfoque policial-militar ha sido una aventura. ¿Cómo resolverían ese crucigrama los precandidatos?
Si con Vicente Fox la prioridad fue construir una Agencia Federal de Seguridad, y con Felipe Calderón destruirla para habilitar una Policía Federal Preventiva que, luego, rasuró su carácter Preventivo para proponer una Policía Única que, después, derivó en un Mando Único con 32 policías estatales y una Federal. ¿Seguirían ese esquema? ¿Avalan ese cambio tras cambio sin sentido?
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La respuesta a esas interrogantes pasa, necesariamente, por la reingeniería del gabinete de seguridad.
Con la mano en la cintura se creó la Secretaría de Seguridad Pública sin reajustar el rol de la Secretaría de Gobernación para convertirla en un buzón de quejas sin posibilidad de actuar y, ante la imposibilidad de consolidar como institución a la nueva dependencia, se recurrió al Ejército y la Marina para cumplir con funciones ajenas a su estructura, vocación y marco legal.
Esa reingeniería urge y exige una visión mucho más profesional y aguda. Una que, efectivamente, contemple un jefe de gabinete y no un simple vocero y despliegue una política integral, interior y exterior, que comprenda el fenómeno del narcotráfico en su justa dimensión y administre el influjo de las agencias de seguridad estadounidenses en la política nacional de seguridad, así como la de los grandes empresarios que hoy apadrinan a altos funcionarios del ramo.
Resultaría lamentable que, después de 12 años, el nuevo presidente de la República llegara a experimentar políticas y a probar funcionarios como lo hicieron Vicente Fox y Felipe Calderón.
No puede repetirse la historia de conocer al presidente de la República al salir de Los Pinos y no al entrar.
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Si la inercia prevalecerá dos años más, los precandidatos presidenciales deben proponer cambios con mejora. Abandonar las ocurrencias que se plantean como un sueño y terminan como una pesadilla.
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