Después de la tempestad del lunes negro sigue sin llegar la calma a los mercados financieros internacionales.
Con la calificación de AA+ por parte de Standard & Poor's a la deuda del gobierno norteamericano, la economía entró en una nueva etapa de turbulencia que afecta peligrosamente al mundo entero, especialmente a las naciones que tienen mayor relación con Estados Unidos.
Tal es el caso de México aunque los sectores políticos de nuestro país parecen estar más interesados en la sucesión presidencial de 2012 que en enfrentar la nueva crisis mundial.
Las versiones van y vienen sobre los efectos que acarreará esta caída de más de un 10 por ciento en la bolsa de Nueva York que inició el pasado 25 de julio y que representa la mayor baja desde septiembre de 2008 cuando la crisis inmobiliaria cimbró al mundo financiero de Wall Street.
Lo cierto es que este terremoto no responde a un mero asunto de crecimiento económico ni a la decisión del congreso norteamericano sobre el techo financiero de la deuda.
Hablamos más bien de una crisis de credibilidad del gobierno norteamericano que por primera vez en su historia recibe una calificación menor a AAA lo que significaba que no había absolutamente ningún riesgo sobre la capacidad de pago de su deuda.
El rango AA+ es todavía satisfactorio y confiable, pero indica ya una reducción en la evaluación de la solvencia del vecino país.
Esto representa que los certificados y bonos de la Tesorería de Estados Unidos que por décadas han sido considerados como la inversión más segura y confiable, tendrán de aquí en adelante un riesgo mínimo, pero riesgo al fin por no completar la calificación AAA.
Se cuestiona a Standard & Poor's por su dudosa legitimidad para emitir esta calificación toda vez que en la debacle de 2008 permaneció en silencio. Al mismo tiempo se ataca al Tea Party y al partido Republicano por su cerrazón para alcanzar acuerdos sólidos en el Congreso.
Pero a los críticos se les olvida que esta crisis de la deuda norteamericana no comenzó ayer sino varios años atrás cuando se perdió el rumbo en el gobierno de Washington, en tiempos de George W. Bush y que la actual administración no ha podido corregir.
Los defensores del sistema y del presidente Obama sostienen que esta coyuntura es pasajera y que a final de cuentas se trata de una estrategia de Estados Unidos para devaluar su moneda con la intención de fomentar el ingreso de divisas, vía las exportaciones y el turismo.
No obstante los analistas más sesudos hablan de que esta crisis de confianza va mucho más lejos y que al final del día lo que se juega en estos momentos es el futuro del dólar y de Estados Unidos como líder mundial en la economía, las finanzas y la política.
A raíz de la Segunda Guerra Mundial, el liderazgo norteamericano se fortaleció y sólo tuvo algunas etapas de nubarrones durante la Guerra Fría y el auge del bloque socialista.
Tras la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, Estados Unidos afianzó su supremacía política, militar y económica, sin que ningún otro país le hiciera sombra.
Pero Estados Unidos exageró su papel del país líder y guardián con gastos exorbitantes en el terreno militar y político que lo han puesto contra la pared en materia financiera. Ahora tendrá que afrontar las consecuencias y rectificar antes de que sea demasiado tarde.
No existe, por cierto, otra nación o bloque que pueda tomar en estos momentos el lugar de Norteamérica. La comunidad europea atraviesa tiempos muy difíciles mientras que China, India y Japón no cuentan con la dimensión económica ni política de los Estados Unidos.
Por ello la incertidumbre de que el gigante truene y se haga añicos el sistema financiero mundial. Valdría mejor entonces que el presidente Obama y sus ideólogos dejen a un lado las reyertas partidistas, se pongan las pilas y le encuentren pronto la cuadratura a este peliagudo círculo.
Y de paso que los gurús mexicanos hagan también su parte no vaya a ser que la crisis los agarre dormidos como sucedió en 1994.
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