En la actualidad, muchas personas se preguntan qué diferencia existe entre la crónica y la historia, es decir, entre un cronista y un historiador. La pregunta no deja de ser interesante, y la respuesta, bastante oportuna.
Al revisar el uso que se le ha atribuido al término desde la antigüedad, veremos que “cronista” era aquella persona que escribía la “crónica biblia” o libro de los sucesos descritos y ordenados cronológicamente, es decir, acordes al momento en que sucedieron, de los más antiguos a los más recientes.
Khrónos, uno de los conceptos griegos del tiempo, implicaba continuo cambio y sucesión (a diferencia de “eón”, percepción griega del tiempo indefinido, eterno).
En un primer momento, el término “cronista” era sinónimo de “historiador”, precisamente porque designaba a la persona que registraba los hechos del pasado hasta el presente, de manera ordenada. El factor tiempo-en-sucesión (khrónos) era la variable independiente para registrar y describir los hechos. La “crónica”, el relato de los hechos del pasado hasta el presente, era siempre el registro y la fuente de la historia de las sociedades pretéritas.
En el siglo XIX, el significado del término no había cambiado. “Crónica”, de acuerdo al diccionario de la Real Academia Española, 5ª edición, era la “Historia en que se observa el orden de los tiempos. Chronica”.
Según esta misma fuente, el cronista era “el autor de una crónica o el que tiene por oficio escribirla, chronicorum scriptor” (es decir, escritor de las crónicas). Por lo general, y como sucedía desde la Edad Media, se trataba del cronista oficial designado para esa tarea.
Con el advenimiento del siglo XX y la aparición de los medios masivos y las telecomunicaciones, surgió una nueva manera de percibir la realidad: la realidad del presente inmediato.
Y fue en este momento histórico en que se desarrolla un nuevo oficio: el del cronista de la inmediatez, que corresponde muy bien al del cronista mediático, o sea, la persona que narra sucesos a medida que éstos transcurren. El cronista deportivo es un muy buen ejemplo.
Se trata de la persona que tiene por oficio narrar e interpretar la realidad que estamos mirando (en la TV) u oyendo (en la radio). Esta nueva profesión se basa en la sincronía como estrategia de lectura de la realidad. La sincronía implica simultaneidad entre el hecho, y la narración del hecho. Sin embargo, estos cronistas deportivos nada tienen que ver con las funciones del cronista oficialmente designado para investigar y escribir la historia del lugar. Antes bien, puesto que la percepción de la realidad se ha vuelto más ágil, el cronista oficial incluye en su “presente” los hechos de relevancia social del momento (recordemos que el cronista ordena y registra los hechos partiendo del pasado hasta el presente).
Un cronista oficial puede trabajar, y de hecho trabaja, con las dos estrategias de abordaje del khrónos: la diacronía y la sincronía. Por el recurso de la diacronía (a través del tiempo) puede dar cuenta de los hechos del pasado (es decir, hacer historia) y por el de la sincronía, narrar e interpretar los hechos del presente, que son socialmente relevantes para su comunidad. Socialmente aquí significa “compartidos por la comunidad” y nada tiene que ver con el término “social” en sentido elitista.
Precisamente estas dos maneras de entrar en relación con el khrónos, la diacronía y la sincronía, constituyen la base del doble nombramiento del cronista oficial, primero como cronista (historiador) y segundo, como notario histórico (intérprete y narrador de calidad del presente).
Queda claro pues, que en la función de Cronista Oficial y Notario Histórico, no hay falsas disyuntivas del quehacer profesional.
En este sentido, mientras mayor sea la preparación del cronista como historiador y como comunicólogo profesional, mayor será la calidad con que desempeñe su trabajo. Sería absurdo que un cronista oficial se pusiera a recopilar, individualmente o con un equipo de ayudantes, los recortes del periódico.
Eso sería, en primer lugar, una ingenua duplicidad de funciones. El investigador social que quiere documentar la vida cotidiana de una comunidad en sus diversos aspectos, acude directamente al archivo mediático, es decir, a los archivos de los medios impresos o de los medios audiovisuales, y no a los refritos hechos a partir de las notas periodísticas.
En segundo lugar, la crónica oficial no pretende el registro de todas las actividades de la comunidad sobre una base cotidiana (eso ya lo hacen los medios masivos), sino discernir con inteligencia y consignar cuáles de esas actividades, conductas o fenómenos son y serán verdaderamente significativas para la comunidad.
La crónica debe ser selectiva, pues lo que importa es la calidad, oportunidad y trascendencia de la información que aporte, no la cantidad.
Y para hablar de algo más sabroso, diremos que hace algún tiempo, escribí para una página gastronómica española, una historia documental de las tortillas de harina, ese delicioso alimento del norte de México. Como lo menciono en ese texto, su registro documentado en Coahuila, se remonta hasta 1734. En cierto documento se declara que “al otro día se fueron para El Barrial a reconocer a la Boca de los Tres Ríos, y fueron a salir a Castaño; y que allí toparon a un soldado de Coahuila llamado Miguel Ramón, y que les preguntó que de dónde venían, y le dijeron que iban de Parras, y que a todos los conoció, y les dio tortillas de harina como a horas de almorzar”.
Sin embargo, el origen de las tortillas de harina es más remoto, como explico en dicho texto, cuyo enlace es http://www. h i s t o r i a c o c i na.com/paises/articulos/mexico/ tortillas.htm Ahora bien, si las tortillas de harina tienen siglos de sabrosa existencia, aún falta por determinar el origen de las “gorditas” de harina. A falta de mayor evidencia, solo podemos suponer que, al igual que pasó con las tortillas de maíz y las de harina, la “gordita” de harina para rellenar tuvo su inspiración en la gordita de maíz, rellena.
En la actualidad, se considera a la gordita de harina rellena, como un platillo muy característico de nuestra ciudad. Por toda la Zona Metropolitana hay localitos, locales y restaurantes que las expenden.
Los guisados con que se rellenan pueden ser muy variados. Las hay de chicharrón, tinga, rajas, queso, frijoles con queso, picadillo con papas, asado rojo, asado verde, nopales, carne con chile verde y rojo, papas con chorizo, y muchas otras combinaciones que se me escapan por ahora. Sin embargo, existe el consenso en Torreón, de que las gorditas son para el desayuno, y las típicas hamburguesas, para la cena.
De tal manera que no se venden hamburguesas por la mañana, ni gorditas por la noche.
¿Cuándo se popularizó el consumo de gorditas de harina en Torreón? De acuerdo a los registros existentes, las gorditas comenzaban a ser solicitadas a finales de los años cuarentas, aunque en relativamente pocas cantidades, y no para rellenar, sino para acompañar platillos tradicionales como el machacado con huevo. Al parecer, esta innovación llegó de Monclova, al norte de Coahuila, uno de los sitios relacionados con manufactura de tortillas de harina desde hace siglos.
A finales de los años setentas y principio de los ochentas, el gusto por las gorditas de harina rellenas se había extendido y popularizado en Torreón. En esos años había ya una buena cantidad de “gorderías” que se dedicaban exclusivamente a la preparación de estos manjares matutinos. En esos mismos años, las fábricas de tortillas de harina comenzaron a ofrecer también “gorditas de harina abiertas, para rellenar”.
Las gorditas de harina tuvieron una fuerte movilidad social ascendente entre las clases medias y altas en esos mismos años. En 1982, el Hotel Presidente de Torreón (Paseo La Rosita) ofrecía los sábados una orden de tres, en su rol semanal de “desayunos mexicanos”.
Finalmente, su consumo tomó carta de naturalización en Torreón, al punto de que actualmente se identifica a la gordita de harina rellena, como uno de los platillos, si no tradicionales, sí característicos de la ciudad de Torreón.