Dice el dicho popular que "cuando el río suena, agua lleva", y nuestras autoridades se han destacado en fechas recientes por encomiar a los empresarios del país para "evitar las alzas de precios".
El mismo secretario de Economía, al referirse al aumento del precio de los combustibles, dijo que no debe ser pretexto para que las empresas repercutan las alzas de costos en los consumidores. Esta postura de las autoridades no tendría sentido si no fuera porque se dan cuenta que empiezan a aparecer presiones inflacionarias en distintos frentes, pero la respuesta oficial, para no variar, aplica la medicina equivocada.
La administración de Felipe Calderón se ha caracterizado no sólo por sus recurrentes torpezas de política pública, sino además por ufanarse de ellas. Quién puede olvidar, por ejemplo, la paralización total de la economía en la primavera de 2009 por el brote de influenza y la declaración oficial de que con ello "salvamos a la humanidad". Luego vino el menosprecio del Presidente a la creciente ola de inseguridad que afecta al país y su enojo cuando se insinúo que México demostraba con ello que era un Estado fallido. La triste realidad lo obligó luego a aceptar que la situación era grave, pero sin reconocer lo obvio para todos, esto es, que está fuera de control.
Hoy prolifera, además del crimen organizado, la delincuencia común, con brotes por todos lados de asaltos con violencia, donde los supuestos defensores del orden brillan por su ausencia o, lo que es peor, son cómplices de los delincuentes.
La flagrante inseguridad y criminalidad que reina en nuestro país, donde el número de muertes violentas supera las ocurridas en zonas de guerra, han propiciado advertencias de varios gobiernos extranjeros a sus ciudadanos para no visitar México, así como ocupa los titulares de la prensa y es tema de los programas de televisión de hora pico en Estados Unidos (EU).
El gobierno falló en su estrategia contra la influenza, cuyos males cataclísmicos sólo existieron en la mente pueblerina del Secretario de Salud. Falla en su lucha contra la inseguridad, porque por años descuidó el Estado de Derecho y la conformación de las fuerzas del orden.
Ahora falla otra vez en su estrategia para combatir la inflación, donde las declaraciones del Secretario de Economía demuestran, entre otras cosas, que de economía no tiene la menor idea.
La inflación no es fruto de siniestras confabulaciones de las empresas para elevar los precios, como tampoco puede contenerse con los sacrificios de los empresarios o la "buena voluntad" de las autoridades.
El crecimiento de los precios es aquí y en todas partes un fenómeno meramente monetario, que refleja las fuerzas de la oferta y la demanda en los mercados.
La política de relajamiento monetario que aplican las principales economías desarrolladas se ha traducido en un incremento de los precios de las materias primas, los granos y los combustibles.
Esto todavía no ejerce presión visible sobre los precios al consumidor en EU y otras naciones desarrolladas, porque tienen capacidad ociosa y altos niveles de desempleo. Pero el que no haya una amenaza inminente de inflación en esos países no significa que, al mismo tiempo, no existan alzas de los precios de los activos financieros, así como de los bienes y servicios en muchas economías emergentes.
No debe sorprendernos, por tanto, que esas presiones también comiencen a aparecer en nuestro país, donde en un ambiente de recuperación económica se facilita trasladar los aumentos de costos a precios, como sucede en cualquier economía de mercado.
El problema para nosotros es que, en ese contexto, el panorama inflacionario pudiera complicarse más durante este año, por la política monetaria laxa de Banco de México que mantiene las tasas reales de interés alrededor de cero.
Debemos reconocer que no es sencillo el manejo de una política monetaria independiente cuando las políticas públicas que aplican las autoridades estadounidenses sólo tienen en mente la problemática que enfrenta su economía.
Pero queramos o no, estamos en el área de influencia del dólar, y como dijera el Secretario del Tesoro de EU en la época de Richard Nixon, al referirse al efecto que tienen sobre otros países las decisiones de política monetaria que se toman en la economía estadounidense: "es nuestra moneda, es su problema".
Nuestro problema es, en consecuencia, encontrar las mejores políticas públicas para enfrentar las incipientes pero reales presiones inflacionarias que se empiezan a sentir en nuestro país, en vez de perder el tiempo con prácticas que demuestran, por enésima ocasión, las grandes deficiencias de la actual administración.