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De inquietos a hiperactivos

Las laguneras opinan...

LAURA ORELLANA TRINIDAD

 E N los últimos meses he estado leyendo materiales acerca de la "normalización" y la "medicalización", procesos que experimentamos de manera cotidiana, porque se trata -dicho de manera sencilla- de la forma en que en el último siglo y medio se han ido definiendo e imponiendo, en muchos aspectos de la vida, aquello que se ha construido como la "normalidad", es decir, lo que reconocemos socialmente que está bien.

¿Es normal que me sienta cansada? ¿Es normal que mi bebé no camine todavía? ¿Es normal que mi hijo escriba los números al revés? ¿No tendrá dislexia? ¿Por qué mis alumnos son tan inquietos, no serán hiperactivos? ¿Estaré sufriendo impotencia? ¿Comenzaré a tomar viagra?

Hoy se reconoce que prácticamente toda la vida está medicalizada y a todo le encontramos rasgos de enfermedad, incluso hasta en procesos naturales como la menstruación, el embarazo, el parto, la menopausia, la vejez, la infelicidad, la soledad, la timidez y se generan nuevos como el déficit de atención, la hiperactividad, la anorexia, el síndrome de fatiga crónica, el síndrome premenstrual, el síndrome postparto, el "fracaso" escolar, la obesidad, la impotencia, la sexualidad, la tristeza, el dolor y la inquietud infantil...entre otros.

Si sentimos que estamos fuera de la "norma" o que nos sentimos mal en alguno de estos ámbitos, lo que hacemos hoy en día es medicalizarnos. A veces, incluso, cuesta trabajo no hacerlo, porque todo el entorno lo pide. Es el caso, por ejemplo, de personas mayores que piden no ser llevadas al hospital en caso de enfermarse y cuyos hijos se debaten entre enfrentar la voluntad de su familiar o la responsabilidad de atenderlo en un centro de salud.

Medicalizar quiere decir "etiquetar" fenómenos no-médicos como propios del ámbito de la salud, como enfermedades, trastornos o desórdenes. El sociólogo Peter Conrad en su libro The medicalization society, considera, junto a otros analistas, que el crecimiento de esta jurisdicción médica es "una de las más fuertes transformaciones de la segunda mitad del siglo XX en Occidente". Este proceso desarrolla la idea de que sentirse mal, es sentirse enfermo y por ende, se puede resolver con medicamentos. También sugiere que son los especialistas y, especialmente las medicinas, quienes "se hacen cargo de la situación", experimentándose una pérdida importante de autonomía frente a estos procesos.

Hace décadas, muchos de estos temas se resolvían desde otras instituciones. Por ejemplo, antes se conceptualizaba a los niños como "activos" y quizá había alguno que otro "inquieto", "latoso" o "travieso". Ninguno de estos términos aludía a enfermedad, sino a la falta de educación por parte de los padres. Sin embargo, en las últimas dos o tres décadas se comenzó a hablar de la hiperactividad como un trastorno de la infancia, como un padecimiento, pero aún hoy, psiquiatras reconocidos en este campo señalan que el diagnóstico es muy controvertido y continúan realizando investigaciones.

¿Cómo distinguir entre un niño con poca capacidad de frustración de aquel que "a menudo tiene dificultades para guardar tumo" o el niño, como antes se decía "mal educado", de aquel que "a menudo interrumpe o se inmiscuye en las actividades de otros (p. ej. se entromete en conversaciones o juegos)", elementos que se indican en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales? No obstante, el término está ya bien introducido en la sociedad y a todo niño difícil de controlar se le llama "hiperactivo" y los padres dejan de interrogarse acerca de si el problema será educativo; más bien se preguntan qué será mejor, si llevarlo al psiquiatra, al neurólogo o al psicólogo. En otros casos, los profesores son quienes conminan a los padres a medicar a sus hijos con la llamada "píldora de la obediencia", el Ritalín.

Pasamos entonces de los niños inquietos, a los hiperactivos; de la tristeza a la depresión; de las dificultades escolares propias de la infancia, al déficit de atención; de los kilitos de más, a la pandemia de la obesidad; del cese de la ovulación, a la "tragedia" de la menopausia...

A partir de los años setenta, diversos teóricos han advertido esta tendencia, que está ligada, por supuesto, a las ganancias millonarias de la industria farmacéutica y de los medios de comunicación a los que se acusa de "inventar" varias de estas enfermedades. Por eso, me sorprendió muchísimo que en 1888, un articulista de El Universal, observaba ya esto con toda claridad y lo expuso en su irónico artículo titulado "La bolsa o la vida". Expongo aquí sólo algunos de sus fragmentos: "La humanidad doliente está de enhorabuena. Y al decir la humanidad doliente, debe comprenderse que me refiero a todo el género humano; porque ¿dónde está el mortal a quien nada le duela en este pícaro mundo? [...] convendréis conmigo en que las enfermedades, la vejez y la fealdad están destinadas a desaparecer del globo terráqueo y en que hay una mano oculta que se encarga de obrar ese prodigio. Esa mano misteriosa es la terapéutica. La filosofía le ha hecho discurrir del siguiente modo: → Esta vida es un solo viaje que se hace de la cuna al ataúd y la tierra es la encrucijada por la que pasan los viajeros→ y ante este razonamiento, más o menos exacto, ¿qué ha hecho? Ha pedido sus aparatos a la ortopedia y sus combinaciones a la química: ha unido las industrias más opuestas; ha procurado amalgamar la medicina con el comercio, la higiene con la molicie, la moral con las pasiones; ha escrito en su bandera el atractivo lema de → salud, juventud y hermosura→ y se ha lanzado al frente de sus secuaces, sorprendiendo a todo el mundo y gritando: ¡La bolsa o la vida! [...] Viene a decirnos que padecemos porque nos da la gana de padecer, que morimos porque somos o muy avaros o muy pobres. Bien claro lo dan a entender esos innumerables anuncios que en diarios y carteles, libros y folletos pregonan a todas horas y en todos los estilos más rimbombantes las excelentes cualidades de una infinidad de específicos. Decid qué dolencia os aqueja, qué defecto os ridiculiza, qué fuerzas os faltan y estad segurísimo de que no han de escasear ungüentos, extractos, esencias y vendajes que os hagan vivir más años que Matusalén, más perfectos que Adonis y que Venus, y más sanos que Adán y Eva antes de pecar [...] Y cuando reparo el precio exorbitante que los autores de tantos medicamentos señalan a sus específicos, me inclino a creer que más que el amor a sus semejantes, les instiga el amor al vil metal, y que a no ser por el dinero nada se habría discurrido en beneficio de la humanidad doliente [...] ¡Cuántas veces reflexionando sobre este asunto, me aflige la idea de haber nacido tan pronto! Al paso que llevan las cosas es de esperarse que dentro de un siglo se descubra el elíxir de eterna vida, y que la salud, la juventud y la hermosura sean las reinas del mundo hasta el día del juicio final [...] Los médicos quedarán reducidos a unos profesores, que serán llamados para que digan el nombre del mal que aqueja al individuo, porque una vez bautizada la enfermedad, el paciente sabrá muy bien el específico que ha de curarla [...] ¡Y la muerte! La muerte será una señora que sólo acudirá cuando una persona hastiada de este mundo miserable quiera pasar al otro; a no ser que, para entonces, se esté en comunicación directa con ese otro por medio de un ferrocarril funicular...".

¡Qué hubieran dado muchos analistas de finales del siglo XX para expresar con toda claridad un proceso que ya desde el decimonónico era más que evidente! Por ello, es importante recuperar nuestra autonomía y capacidad de saber qué hacer y qué queremos con nuestros malestares. La medicina tiene un papel fundamental en nuestras vidas, es innegable, pero es importante que no "colonice" áreas que son jurisdicción de otras instituciones que también velan por la salud de la humanidad; es imprescindible aprender a ser críticos y discernir los diagnósticos frente a una industria farmacéutica que busca su beneficio.

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