Supimos de ellas en los primeros meses que llegamos a esta hermosa ciudad.
Un día, don Jorge González Juambelz, que era sub-gerente en esta casa nos invitó a levantarnos temprano, para ir a nadar.
La cita fue en este mismo Diario.
Había apenas amanecido cuando iniciamos la caminata hacia el norte. Pasamos por los tajos cercanos a la Plaza de Toros Torreón, y atrás del viejo coso de la colonia Moderna encontramos un sitio del que nos enamoramos por muchos años.
Se llamaba la Alberca Esparza.
Y aunque era temprano, ya estaba ahí la señorita Giamattei que administraba el lugar.
Con qué amabilidad nos trató, y conste que nunca pagamos nada, pues don Hilario Esparza, propietario del lugar, regalaba diez pases a EL SIGLO por la amistad que tenía con don Antonio de Juambelz, y quería que empleados de esta casa hicieran deporte.
Desde la entrada se respiraba un ambiente sano, alegre y con mucha actividad a todas horas.
¿Sabes nadar? Nos preguntó don Jorge.
Un poquito, le contestamos, pues Tío Pablo desde pequeños nos había llevado a San Juan, y en su Ojo de Agua aprendimos a emular a Johnny Wiesmuller, que era nuestro ídolo en las películas de Tarzán.
Así, aquella mañana de un muy lejano abril, iniciamos una de las etapas más hermosas de nuestra vida, que nunca olvidaremos. Con el paso del tiempo nos convertimos ahí en salvavidas voluntarios, en alumnos de los hermanos Papadópulos que daban clases de natación y salvamento.
Conocimos y tratamos al "Zacatecas" Domínguez, Manuel Samaniego y César Marina, que eran los figurones de la natación y los clavados.
En el tabarete del lugar disfrutamos siempre de excelentes comidas y sabrosos tacos.
"El Patas" estaba encargado de los vestidores y los domingos, que descansábamos aquí, llegábamos al lugar a las 7 de la mañana y salíamos a las 7 de la tarde.
En abril las mañanitas ahí eran incomparables, con juegos de volibol sobre arena, y competencias de nado y clavados a todas horas.
Tiempo aquél, que se fue, para nunca volver.
