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DE LA VIDA MISMA

Mis maestros

Por: Lic. Miguel Ángel Ruelas

Los que desde niño, en mi juventud y en la edad adulta me tomaron de la mano y me llevaron con cuidado y afecto hacia mejores lugares.

Los comparo con ese personaje alto, de larga túnica que con lámpara en mano me llevó por caminos seguros.

Fueron primero mujeres, encarnados por Lupe Villa y la señorita Luisa, y luego hombres como Lolito y Salvador Botello los que en mi tierna edad me llevaron a conocer el maravilloso mundo de las letras, de las matemáticas y de la imaginación.

Hubo luego una larga pausa que se hacía eterna, pero las aulas quedaban tan distantes, en medio de muchas necesidades que había que cubrir primero, para que hubiera algo de comer en la mesa y luego algo para cubrir el cuerpo del frío, tanto de mamá como de mis hermanas.

Hasta que apareció la compañera de mi vida, que me ha dado tanto, primero los hijos y luego las muchas facilidades y apoyos para cumplir los viejos sueños. La que al conocer la forma en que vivíamos, en lugar de avergonzarse como lo hicieron otras personas, se puso a llenar los huecos, primero con amor y luego con libros y más libros para que pudiéramos por fin prepararnos para regresar a las aulas, ahora acompañado por los hijos.

Así, ya en la secundaria, lo mismo que en la preparatoria, varios de nuestros maestros eran de menor edad que nosotros, especialmente en la universidad, donde varios de nuestros compañeros, como Mario, Yolanda, Imelda o Jesús y muchos más, conociendo nuestra edad empezaron a llamarnos " el Apá" porque más bien parecíamos sus padres.

Somos hoy día parte de lo mucho que sembraron en la vida grande maestros, sin ellos nunca hubiéramos podido avanzar a los siguientes peldaños, tan altos, tan difíciles de alcanzar cuando no se tienen los medios.

Fueron todos nuestros maestros, sin dejar fuera a ninguno, los que nos impulsaron a seguir adelante hasta lograr que un día por fin pudiéramos entregarle a nuestros padres, especialmente a mamá, el título universitario que tanto le prometimos. Ella lo recibió llena de alegría, lo acercó junto a su pecho como si nos tuviera nuevamente en sus brazos y nos dijo: Gracias hijo, Dios te va a seguir ayudando.

Cómo olvidar pues a todos nuestros mentores, pero este día, tan especial, permítasenos darle las gracias especiales a tres maestros muy queridos por todo lo que me regalaron especialmente en tiempos difíciles, como Antonio Alanís Ramírez, quien me vio crecer trabajando y un día, ya siendo su alumno en Leyes, empezó a llamarme "compañerito", el que mitigaba mi hambre temprano con un bísquete y una taza de café en el Corral de las Mulas del Apolo Palacio.

A Joaquín del Río Jaime, que desde el primer día en su clase nos empezó a decir "compañero", haciéndonos sentir ya abogados hechos y derechos.

Y a Juan de Dios Castro Lozano, a quien conocí dando clases y siendo alumno a la vez cuando tenía él 14 años de edad y nosotros 16. Fue siempre un ser dotado de una mente especial que todos envidiábamos y admirábamos hasta la fecha, también siempre presente en los grandes momentos de mi vida.

A todos, muchas gracias y mi eterna gratitud.

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