Nino
Amó entrañablemente la naturaleza.
Vivía en ella y para ella.
No hemos conocido a alguien tan enamorado de la tierra y los frutos que da.
Nino vivía entre higueras, junto a los nogales y cerca de la acequia.
Ahí estaba siempre, fuera domingo, lunes o martes, día festivo o en la misma Navidad.
Siempre estaba ahí, y todos los vecinos lo sabían.
Cuidaba la tierra que no era de él y los frutos que sí le pertenecían, porque los sembraba con cariño y con amor atendía los maizales, el sorgo o los higos que secaba al sol.
En un pedacito del huerto tenía los almácigos que nos regalaba periódicamente, para que también tuviéramos nuestras matas de tomate, de chile, de calabaza.
Era relativamente joven cuando supimos que lo habían llevado a la Cruz Roja.
Ahí lo vimos por última vez, alegre, esperanzado de salir pronto, y preguntando por sus elotes y sus higos.
En nuestro jardín aún están las azucenas que nos regaló, lo mismo los alcatraces y las bugambilias que todo lo han resistido, hasta el terrible paso del Tren Siberiano, el pasado Febrero.
Son ellas un homenaje a un hombre que pasó por esta vida dejándonos un mensaje inolvidable de amor hacia la tierra, que tanto nos da y que casi no atendemos.
