Por las mañanas, muy temprano, esta ave que en casa hemos llamado El Chencho, canta y alegra nuestro amanecer. Está posada en el viejo árbol, tan castigado por la helada de Febrero, pero que sigue en pie, firme hasta la eternidad.
¿Por qué escogió nuestra cercanía? Ni nos hacemos bolas pensándolo. Es que El Señor lo envió para mitigar los tiempos malos que nuevamente han aparecido a nuestro lado. Cuando el desempleo vuelve a golpear a seres tan queridos.
Pero ahí está el Chencho mandándonos con su canto, matizado con tantos y variados tonos, un mensaje de amor y de esperanza, para que nadie en la familia nos desesperemos, sabiendo que hay siempre mañanas diferentes si se sabe seguir luchando, y si se sigue pensando que después de poner nuestra parte, Dios hará lo demás.
Como si esa frase colocada en la tumba de nuestros padres fuera la verdad de verdades, la única, la eterna: “Las Cosas Dejadas en Manos de Dios, son buenas”.
Cuando llegamos a la ciudad, todo mundo parecía voltear su cara hacia otro lado, para no mirarnos. Y como niños que éramos, con esperanzas de encontrar otros horizontes, no nos afectaban ni desilusionaban los rechazos.
Esa actitud y esas esperanzas en mañanas mejores nunca nos han abandonado. Ahora nos sirven para andar por aquí y por allá aplicando inyecciones de “animosil” para que no decaigan los seres que amamos.
Malo cuando perdemos la esperanza y no volteamos nuestros ojos hacia el cielo, acompañados de una oración. Malo cuando en nosotros mismos se acaban las ilusiones.
Por ello El Señor, de mil maneras nos sigue enviando mensajes. Hoy, cada amanecer lo hace con ese Chencho que canta casi al lado de nuestra cama, como apartando los malos pensamientos, las pesadillas de la noche y las actitudes negativas que podríamos tener.
Y cuando el pajarito se despide, lo hace con unos tonos especiales que los hemos traducido sencillamente como… Ánimo lagunero
