Este es uno de nuestros temas favoritos.
Porque va reflejando, retratando, mostrando lo que somos en la vida.
Quien tiene personalidad, puede presumir de tener algo muy de él, y de nadie más.
Aunque habrá que establecer si dicha personalidad es de las llamadas positivas, o negativas.
Cuando llegamos a las aulas universitarias, en el estudio del Derecho, nos adentramos en este tema, pues mostrar la personalidad de los actuantes ante los tribunales, es requisito primordial, para poder llevar adelante los juicios.
¿Con qué personalidad acudimos a los tribunales?
¿Como litigantes, defensores, acusados o acusadores?
¿Como actores o como representantes de?
Establecida la personalidad, se sigue adelante, antes no, pues lo primero que requiere el juzgador es saber ante quiénes está actuando, qué desean, porqué acusan, defienden o se defienden, en fin, quiénes son los comparecientes.
Así es la vida misma. En ella no somos ni una cosa ni otra, simples actores, pero algo hemos hecho antes, hay una estela que sigue nuestros pasos y nos va mostrando en la vida cómo somos.
Si nuestra personalidad está bien definida, seremos nosotros, con nuestros hechos y decisiones los arquitectos de nuestro éxito o nuestro fracaso.
De lo contrario, seremos simples comparsas de otros, con mayor personalidad, buena o mala.
Hay quienes son muy influenciables, fáciles de convencer por otros, gustosos de escuchar a los demás, y como no tienen personalidad propia, no toman decisiones acertadas, pues están dándole mayor importancia a lo que otros dijeron, dejando a un lado su propio criterio.
Un jefe de familia, un maestro, un jefe de personal con personalidad, tendrá sus propias decisiones, muy de él, y nunca estará sujeto ni esperanzado en ver qué opinan los demás.
Como hijos, como alumnos, como empleados, líbrenos el Señor de un padre, un maestro o un jefe sin personalidad.