Escuchar
Saber hacerlo.
Tener el privilegio, la dicha, o capacidad de atender a los demás.
No es para muchos.
Es un don que el Señor concede sólo a unos cuantos.
Porque Él mismo sabe que los demás están ocupados en sus mismos problemas, que ellos mismos fabrican para aislarse de los demás.
Cada día lo comprobamos.
"Chencho" es un hombre de edad. ¿Cuántos años tiene? Le pregunta una persona que conocemos y estimamos.
Él se queda pensando, y luego dice: Ya no sé, he perdido la cuenta.
El mismo Señor que está junto a él le dice: ¿En qué ha trabajado?, se le ve fuerte y animoso.
Y el hombre que se acompaña de un bordón para caminar responde: He trabajado la tierra, creo que ella se ha cansado primero que yo, porque ya batallo más para que me dé lo necesario para comer.
¿Qué le gusta, aparte de trabajar?
Y en el rostro de "Chencho" aparece una sonrisa picarona y dice: "Ah, me gustan mucho las muchachas, ese gusto no se me va a acabar nunca".
Y el que con él platica se ataca de la risa, lo que también nos ocurre a nosotros que estamos cerca.
¿Usted qué hace? Pregunta "Chencho".
Nuestro amigo que es abogado y periodista responde: Me gusta platicar con la gente, escucharla, y luego escribo de ella.
"Chencho" se pone alegre y comenta: Ha de ser un trabajo muy bonito. A ver si lo aprendo, para andar como usted de aquí para ella platicando con la gente, y mejor si hasta me pagan.
Nosotros pensamos: ¿Esta plática a quién le interesa? Quizá sólo a nosotros, pero cómo nos tranquiliza, cómo nos da cuerda para seguir adelante en lo que hemos escogido para platicar con usted cada domingo, con cosas como ésta, sencillas, humanas, naturalistas.
Y con cosas que sólo el Señor le concede a unos cuantos, que saben escuchar.