Los amigos.
Los verdaderos.
¿Dónde están?
¿Quién los conoce?
¿Quién los ha ubicado?
¿Cómo son, flacos, morenos, rubios, altos?
Aquel hombre, ya de edad, seguía buscándolos, sin encontrarlos.
Había tenido espejismo cuando fue joven y la vida le sonreía. Su buen trabajo le ayudaba a tener conocidos por doquier, que se decían todos, sin excepción, sus amigos.
Mas como son las cosas de la vida, un día ya no tuvo empleo y se fue quedando solo, completamente solo.
Una buena mujer, que lo apreciaba, le preguntó un día ¿por qué estás tan solo?
Él no lo había notado, porque seguía caminando y al volver su vista a los lados comprobó que estaba casi solo. Casi porque a un lado de él caminaba su perro.
Un estremecimiento recorrió su cuerpo y fue cuando recordó las muchas veces que tocó puertas, ante gente que conocía pero que estaba con sus propios problemas y nunca lo atendió.
Y fue hasta entonces cuando recordó el viejo cuento de Paulo Cohelo, ése que en pocas palabras dice que Una vez, un hombre acompañado de su perro y su caballo iban por esos caminos de Dios.
Eran tiempos de tormenta y de pronto, a los tres les cayó un rayo y murieron.
Pero ellos ni cuenta se dieron y siguieron su camino.
Después de mucho caminar estaban sedientos y hambrientos, así que cuando a lo lejos vieron una puerta dorada, hermosa, que seguramente sería la de una mansión, apresuraron el paso hasta llegar junto al guardián que custodiaba la entrada y el caminante le preguntó cómo se llamaba el sitio.
Meloso el vigilante le contestó "se llama El Cielo".
Entonces el viajero pidió permiso para entrar y saciar su sed.
El vigía le dijo que podía hacerlo, pero que ahí no se permitía la entrada a los animales.
El viajero desilusionado siguió su camino con sus acompañantes.
Mucho más adelante, ya cansados los tres, vieron a lo lejos un lugar apacible y tranquilo, que tenía un estanque y junto a él a un hombre de edad.
Llegaron y preguntó el viajero si podía pasar acompañado de su perro y su caballo, a lo que el hombre accedió de buena gana.
Saciada la sed, el hombre agradecido preguntó al vigilante: "¿Cómo se llama aquí?".
Y el anciano le contestó: "Se llama El Cielo".
Sorprendido el viajero le comentó que kilómetros atrás había un lugar que así se llamaba.
Y entonces el vigilante le comentó: "Si ahí es el infierno, donde engañan a la gente que es capaz de abandonar a sus amigos".