Mención especial
Para dos grandes maestros que tuvimos en esta casa.
Los conocimos todavía en la niñez, y fuimos para ellos algo más que un simple alumno, pues entendieron temprano de las inquietudes que nos habían sacado al proceloso mar de lo desconocido y del hambre que teníamos por aprender y conocer.
Cómo olvidar sus enseñanzas cobijadas por el cariño, que en uno de ellos era llano y sencillo mientras que en el otro era diferente, con más exigencia, pero con el mismo fin, que triunfáramos.
Don Jorge González Juambelz, siempre lo hemos dicho, fue como un padre para nosotros, un compañero inolvidable que nos llevó a conocer muchos sitios de esta ciudad que crecía y se embellecía, como el sitio que escogió para vivir al lado de los suyos y que ayudó a transformar: Torreón Jardín. Los domingos temprano íbamos con él a donde terminaba la colonia para verlo jugar beisbol con el equipo de los médicos. En la sombra de los pirules observábamos y aprendíamos. Fue él quien nos adentró en la lectura de los mejores libros que hemos disfrutado y poco después nuestro compañero del medio día en la Alberca Esparza, a la que íbamos toda la semana, con excepción de los domingos. Fue don Jorge quien casi nos tomó de la mano para llevarnos un día a cumplir uno de nuestros más grande sueños: Cursar una carrera universitaria.
El otro, don Salvador García Jiménez, nuestro querido "Rodavlás", un eterno viajero, un hombre que supo disfrutar la vida y cuya cultura nos sirvió a todos los que cruzamos por su camino. Por él aprendimos inglés y otros idiomas, incluyendo algo de latín que él dominaba desde sus años de seminarista.
Era exigente, pero noble y generoso. Fue nuestro jefe muchísimas noches, cuando íbamos escalando peldaños y sus consejos nos sirvieron tanto cuando las tareas fueron más difíciles.
Era como si cada día, cada noche, cada amanecer ambos nos prepararan para ocupar un día el puesto que ellos tenían, de gran responsabilidad y aunque ya se fueron, esperamos no haberlos defraudado.
Cómo olvidarlos si forman parte importante de esta comunidad a la que sirvieron tanto. El primero como jefe de ambulancia de la Cruz Roja local, como colaborador en las tareas culturales y modernizadoras de esta ciudad, y el segundo como un gran jefe de familia, y un hombre dedicado a servir a sus semejantes a través del Señor.
Escribimos esto emocionados, escuchando a Mirusia Louwerse cantando el Ave María.
Nuestro profundo agradecimiento para ambos.