Un día
¡Cómo olvidarlo!
Estaba triste. Mamá seguía enfermita y el médico que la atendía no estaba nada optimista.
Nos habló de frente y nos dijo que las cosas no iban bien, que la salud de mamá estaba ya delicadita.
El mundo se nos vino encima. Teníamos pocos años y menos recursos.
Pero nada nos detenía para seguir buscando mejores atenciones para ella. Sin embargo no podíamos ocultar nuestra tristeza.
Y de pronto ella nos llamó, algo se le ofrecía y acudimos luego, sin tener tiempo de ocultar la humedad que refrescaba nuestros ojos.
Ella, al vernos así, nos dijo: ¿Qué te pasa hijo?, no estés triste.
Luego se quedó un instante pensando y agregó:
Además, yo no le di la vida a un cobarde, lo sabe bien. Desde hace muchos años que las cosas no han sido fáciles ni para nosotros, y ha sabido enfrentarlas, va muy bien. Así que nada de estar triste. Además le voy a decir algo muy importante.
Se quedó pensando cada una de sus palabras y añadió:
Mire hijo, tarde que temprano me tengo que ir. Conoce mi vida y mi historia. Así que le voy a decir que no quiero nunca morirme, y quiero siempre vivir, pero a través de las cosas buenas que haga, las mismas que le he enseñado. Así viviré por siempre, mientras usted viva, porque siempre sentirá mi presencia.
Luego se quedó callada y me llamó a sus brazos.
Nos dimos un abrazo tan fuerte que a pesar de los años que han pasado, lo sigo sintiendo cada vez más cercano.
Ella se fue muy joven, y hemos estado tristes desde entonces, lo confesamos, pero mucho nos han ayudado sus palabras, sobre todo en este tiempo tan difícil en que hemos tenido que sacar la casta, como dicen de los toros de lidia, y eso queremos decirle a nuestra compañera, a nuestros hijos y nietos, que un día nos tenemos que ir, pero queremos vivir solamente en el recuerdo de ellos, a través de las buenas acciones que hagan.
Lo demás, es lo de menos.