Como las llamadas a misa
Pocos, cada vez más pocos las atienden.
Cada amanecer, el campanero se levanta con el mismo optimismo.
Se persigna, se acicala y se va a cumplir su noble misión que es sencilla pero importante.
Agarra con firmeza el largo y fuerte cordón y empieza a jalarlo de un lado para otro. Su acción repercute metros arriba, donde el badajo hace su tarea de golpear con fuerza el metal de que están hechas las campanas.
Y el tan conocido sonido cumple su misión, de invitar a todos al servicio religioso, para sentir la cercanía del Señor, para agradecerle algo o pedirle cosas.
El sonido llega a toda la comunidad cercana y hasta otros lugares alejados.
La gente escucha, hace que escucha o de plano finge no escuchar.
Porque pocos son los que se motivan con la invitación y así los templos no tienen la audiencia de antaño, cuando fuimos niños y alegres íbamos al templo a estar cerca del Altísimo, ver a seres conocidos y gente apreciada.
Así como las llamadas a misa, son ahora tanto mensaje que nos llega.
Utilizando el Internet, todos los días usted puede recibir muchos mensajes.
Gran parte de ellos son de reflexión.
De motivación para ser mejores.
Para darnos tips, avisos, consejos, o breviarios culturales.
Pero muy pocos los atienden, les hacen caso, los utilizan.
Porque muchos se ponen a pensar quién los envió y si ellos los ponen en práctica.
Así, conforme los tiempos que vivimos, este tipo de mensajes, muy bellos, muy ilustrativos, hasta con gráficas y música apropiada le sigan llegando, usted hará lo mismo que cuando suenan las campanas de la iglesia. A la mejor los acepta, a la mejor no.