Danielito
Debe andar en los cuatro años de edad.
La noche era fría y el niño, acompañado de su madre estaba en las afueras de la Farmacia.
Mientras la señora, con un niño en los brazos estiraba su mano, pidiendo la ayuda de los clientes que salían, el pequeño esperaba que no estuviera el vigilante y rápidamente subía al carrito eléctrico, utilizado por quienes pueden pagar.
Nos llamaron la atención los movimientos del menor, sobre todo cuando ya sobre el carrito empuñaba el volante y de su boca salía el ruido imitando el motor.
Cerraba luego los ojos y seguramente sentía que iba por esos caminos de Dios, conduciendo solito su poderoso Ferrari.
La madre le gritaba Ven acá muchacho, te van a regañar.
Pero él nada escuchaba, seguía su viaje de placer.
Y nos recordó a un niño que hace mucho, por este tiempo, llegó de su pueblo natal a la gran ciudad, cargado de sueños e ilusiones.
Mientras veíamos a Danielito, que seguía en lo suyo, disfrutando de ese soñado viaje, los recuerdos volvieron.
Pronto, apenas desembarcado, aquel pequeño de la vieja historia, fue enviado a trabajar. Le cambiaron la jugada pues sólo quería estudiar, aprender, conocer tantas cosas que decían había en la gran ciudad.
Y se topó de buenas a primeras con la realidad de la vida, la que no esperaba, pues antes todo era color de rosa y ahí apareció el sepia, el negro, y demás tonos tristes y abrumadores.
Aunque seguía soñando, la vida fue otra en delante.
Y luego apareció la Navidad y el muchachito aquél quería juguetes, ya no para él sino para sus hermanitas y no había para comprarles.
Pero bueno, esa es una historia que como otras vivencias hay que olvidar, sepultar para siempre, porque ahora, Danielito, el niño tarahumara sigue al volante y hay que ayudarlo a soñar.
Lo llamamos, le damos unas monedas para que pague y no lo moleste el vigilante, pero el pequeño, sorprendido por nuestra acción toma el dinero y se lo lleva a su madre, y luego él sigue en lo suyo, otra vez al volante de los sueños.
