Desde 1598, el habla lagunera comenzó a ser forjada como una mezcla del hermoso Castellano de Bernal Díaz del Castillo y de Miguel de Cervantes con el Náhuatl de los invictos tlaxcaltecas.
¿Quién no ha escuchado –entre los habitantes de las zonas rurales de La Laguna– pronunciar términos o giros de lenguaje que se antojan sacados de una página del Quijote? El habla de las zonas rurales se mantuvo reacia al cambio, porque estaba menos expuesta a las influencias externas. El habla de la zona metropolitana ha estado mucho más expuesta al cambio, al préstamo cultural, a la evolución al deslizamiento semántico y a la homogenización, debido a la cantidad de influencias foráneas que recibe, particularmente a través de la televisión nacional y extranjera.
Y aunque Torreón remonta a 104 años su título de ciudad, ya existía como villa (y municipio) desde 1893, y como asentamiento humano rural (rancho, hacienda) desde 1850. Sus primeros pobladores fueron recios laguneros, guerreros de abolengo cuyos linajes hispano-tlaxcaltecas procedían de Parras, del Álamo de Parras (Viesca), de Matamoros, deMapimí o de otros lugares cercanos. Algunos historiadores han llamado a esos pobladores “humildes labriegos”. Seguramente lo eran, aunque con la advertencia de que esos “labriegos” estaban muy orgullosos de ser quienes eran, sabían sobrevivir en el desierto, sabían luchar y defenderse de los indios salvajes, sabían reconocer la mudanza de los tiempos de acuerdo a las estaciones, sabían observar a las plantas y brindarles los cuidados que necesitaban para fructificar, y aceptaban la vida y la muerte cotidianas con la solidaridad y el estoicismo dignos del más convencido filósofo romano. La modestia (el que todo lo anterior les pareciera a ellos tan normal y cotidiano) era la corona de sus virtudes.
El asunto es que estos pobladores de vieja estirpe lagunera trajeron con ellos a Torreón, el habla tradicional de la comarca.
Muchísimas de estas palabras proceden del Castellano del Siglo de Oro, y otras muchas proceden del Náhuatl.
Una de estas palabras, todavía en amplio uso en la región, es la representada por el término “moyote”. Incluso, hay quien cree que se trata de una palabra de invención lagunera. Pero no, la palabra existe en muchas regiones que fueron en parte colonizadas por individuos mesoamericanos de nacimiento o de cultura, que en La Laguna fueron de origen tlaxcalteca.
“Moyote” es una palabra registrada por Fr. Bernardino de Sahagún en su Historia General de las cosas de la Nueva España. Dice al respecto: “Hay mosquitos zancudos que se llaman móyotl. Son pardillos, y son como los de Castilla, y pican como los de Castilla” (Libro Undécimo, Capítulo V, párrafo décimocuarto).
Existen herencias culturales que están en proceso de extinción, herencias que son nuestras (de nadie más) y que representan los haberes verbales de siglos de ancestros laguneros. No debemos permitir que desaparezcan sin dejar huella ni registro para los comarcanos del futuro.
Y para cambiar de tema, aunque no de época, mebcionaremos que “Santiago Matamoros” era el nombre con que los españoles de la reconquista identificaban al venerado apóstol gallego transfigurado en guerrero que luchaba contra los musulmanes. Santiago Matamoros y su no tan honorable versión americana, “Santiago Mataindios”, fueron innovaciones añadidas a la imaginería popular del arte novohispano. Dondequiera que hubiese peligro de enfrentamiento con los indios belicosos, Santiago era un poderoso patrono. Antiguas poblaciones norteñas llevaban su nombre: Santiago del Saltillo, Santiago de Mapimí, Santiago de la Monclova y San José y Santiago del Álamo (En la actualidad, Viesca, Coahuila). Es muy significativo que el emblema del apóstol guerrero fuera precisamente la cruz-espada.
En la parroquia de San José y Santiago del Álamo (Viesca) se conserva una imagen del señor Santiago, que junto con san José, era el titular de la entonces vicaría dependiente de la parroquia de Parras.
Es de llamar la atención que si San José era el santo de los moribundos o patrono de la buena muerte, Santiago lo era de los guerreros. A partir de la virtud de sus santos titulares, la nomenclatura de la vicaría perfilaba y esperaba para sus feligreses una vida de lucha victoriosa, o en su defecto, una buena muerte. Esto era particularmente importante si se toma en cuenta que las partidas de indios belicosos arremetían y asesinaban de improviso, sin que las víctimas tuviesen acceso a los últimos sacramentos. Esta fue una clase de muerte documentada innumerables veces en los archivos parroquiales de lo que ahora es la Comarca Lagunera.
Es muy elocuente el óleo del apóstol Santiago que se venera en la parroquia de Viesca, Coahuila, la antigua San José y Santiago del Álamo. Este es un cuadro del siglo XVIII, neoclásico por la escuela a la que pertenece, popular por el pincel que lo realizó. En un ambiente de gran serenidad, el apóstol-jinete carga y arrolla a un resignado moro. Santiago porta en la mano izquierda un estandarte que ostenta la cruz a que dio nombre, y con la derecha blande una espada a punto de dar el golpe.
El apóstol mira de manera extática hacia el cielo. Es evidente que esta representación enseñaba que combatir a los infieles era un acto de obediencia, de comunión con Dios. El moro, que por su calidad de gentil o incrédulo no podía gozar de la visión beatífica, mira hacia el jinete, que era como la manifestación y poderoso instrumento de un Dios al que no podía gozar, pero sí sufrir. Solamente el caballo mira hacia el espectador con una mirada racional, casi humana.Vale la pena conocer este óleo, por todo lo que representa para la historia de la Comarca Lagunera.
Una última nota. Santiago y Jacobo han sido términos equivalentes durante siglos, sin que la relación sea evidente. “Santiago” es una palabra con siglos de evolución. Originalmente se trataba de dos palabras “Sanct Iacob” (San Jacobo, San Jacob) y de ahí, por comodidad y eufonía, pasó a “Sanct Iago” y finalmente, unidas ambas palabras en una, a “Santiago”.
Se trata de un fenómeno lingüístico muy español, si pensamos en casos similares de la Península, como “Sanct Anderius”, que vino a ser “Santander”.