Me habría gustado conocer al marqués de Comares, hombre del siglo dieciséis.
De él habla don Melchor de Santa Cruz de Dueñas en un sabroso libro que tituló "Floresta Española".
Cuenta que en cierta ocasión dijo Pomares:
-Los romanos tenían su república rica y sus casas pobres. Los políticos de España quieren tener sus casas hartas y su nación hambrienta.
Hombre de genio e ingenio debe haber sido este marqués. Manifestaba la verdad con galanura.
Me habría gustado conocerlo, para decirle que su frase es aplicable hoy a mi país.
¡Hasta mañana!...
En el bar un tipo le propone a otro: "Nos tomamos la última y luego vamos a un congal". "No -declina el amigo-. En mi casa tengo más de lo que puedo acabarme". "Está bien -concede el otro-. Entonces nos tomamos la última y luego vamos a tu casa". (Nota. Palabra muy vulgar es esa de "congal". Bien pudo el individuo haber usado algún sinónimo: burdel, zumbido, manfla, mancebía, casa de asignación, prostíbulo, manflota, ramería, quilombo, berreadero o lupanar)... Quienes saben de estas cosas -yo de ninguna sé- afirman que el individualismo es la nota principal del carácter de los estadounidenses. De los estadounidenses de Estados Unidos, quiero decir, pues por burda y servil imitación nosotros los mexicanos somos también estadounidenses. El país en que vivimos no se llama legalmente México, aunque todos lo llamemos así. Su nombre oficialista, burocrático, es el de "Estados Unidos Mexicanos". Si algún día nuestros legisladores llegan a legislar conforme a la voluntad del pueblo, y no en obediencia a mitos o a dogmas obsoletos, nuestra nación se llamará con ese hermoso nombre esdrújulo, México, y no con el copiado apelativo que le asestaron quienes quisieron parecerse en todo a nuestro poderoso vecino de más allá del río Bravo. (¿O debo decir Grande?). El estadounidense, en efecto, es individualista. Se ha formado en el convencimiento de que la única mano que le va a ayudar está al extremo de su propio brazo. Aprende desde niño a valerse por sí mismo, a ser autosuficiente. A los 15 años los hijos son ya una molestia para sus papás. (En justa correspondencia, a los 60 años los padres serán una molestia para sus hijos). Ese individualismo lleva al norteamericano a reclamar el derecho a tener, portar y usar armas de fuego para defender por sí mismo su persona, sus bienes, su familia. Pero sucede que ese individualismo puede entrar en conflicto con el bien de la comunidad. El manejo indiscriminado de las armas se ha convertido para los norteamericanos en una pesadilla. Tragedias como la de Columbine, y muy recientemente la de Tucson, entre otras muchas, están haciendo que aquel derecho sea cuestionado. Por extraños giros de las cosas, en este mundo sin fronteras en el que ya no hay islas, y donde lo que hace un país como Estados Unidos repercute en todos, los mexicanos somos ahora víctimas del individualismo norteamericano. El gobierno de Estados Unidos nos pide que combatamos la criminalidad, pero de Estados Unidos vienen las armas empleadas por los criminales y compradas con la facilidad con que se compra un pan en el supermercado. Del individualismo ilimitado pueden surgir males sin límites. Eso me tiene a mí muy mortificado, tanto que me he hecho el propósito de no ver ya ninguna película de Charlton Heston, ni siquiera Ben-Hur (1959, con Jack Hawkins, Stephen Boyd y Haya Harareet, dirección de William Wyler). Heston, como se sabe, fue un feroz conservador que presidió durante años la nefasta asociación que defiende a ultranza la libre posesión de armas... El agente de compras viajó a una ciudad lejana, y conoció a una linda chica. Le puso un mensaje a su esposa: "Tardaré una semana más. Sigo comprando". Contesta ella: "Regresa ya, o empiezo a vender lo que tú estás comprando"... Don Martiriano, el esposo de doña Jodoncia, estaba triste. Un amigo le preguntó: "¿Qué te sucede?". "Tuve una pelea con mi mujer -explica él-, y me dijo que iba a dejar de hablarme durante 30 días". "Vamos, vamos -lo consuela el amigo-. Eso no es como para estar tan triste". "Claro que sí -replica don Martiriano al borde de las lágrimas-. Hoy es el último día"... Capronio, sujeto rudo e incivil, iba con sus amigos por la calle. Vio a una pobre falena, mariposilla o mujer de vida alegre que a la manera de Cabiria la de Fellini ofrecía sus marchitos encantos en una esquina, y por burlarse de ella le dijo: "Ven conmigo, linda. Te daré 20 pesos". Responde la mujer: "¿Qué te hace pensar que cobro 10 pesos por centímetro?"... FIN.