Libidiano, galán proclive a los placeres de la carne, le pidió a Rosilí que le ofrendara la prístina gala de su doncellez. Ella tenía guardada esa presea sin mácula para el hombre que la desposaría en el altar, de modo que respondió con laconismo: "No". "¿Qué te cuesta?" -insistió el torpe amador. Y esgrimió para fundar su pretensión un ridículo sofisma: "Al cabo -dijo a la muchacha- lo que te estoy pidiendo no es jabón que se gaste". "No y no" -repitió ella. El labioso tenorio echó mano a otro argumento, éste de índole poético y musical: "Si me niegas el agua de tu fuente -declamó- me embriagaré, sediento de placeres, en la pagana copa de otros labios". Ella, inexpugnable como un rocoso castro, respondió una vez más: "No, no, no, y mil veces no". "Está bien -cede entonces Libidiano-. Por hoy ya no te trataré el asunto. Veo que estás algo indecisa"... ¿Habrá crisis, habrá inseguridad que pueda quitarnos a los mexicanos nuestro ánimo festivo? Así como nuestra cocina ha sido declarada patrimonio de la humanidad, también las fiestas de México deberían ser incluidas en esa riqueza universal. Los liberales del siglo diecinueve se molestaban mucho por la abundancia de fiestas religiosas que había en el país, las cuales eran motivo para que el trabajo se suspendiera. Fiestas de la Virgen; fiestas del santo patrono de cada pueblo o ciudad; fiestas -entre muchas otras- de Reyes, Corpus Christi, Todos los Santos, Muertos, Navidad, con una docena más de etcéteras. A mí se me ha ocurrido una teoría para explicar tal profusión de celebraciones religiosas, y por tanto de asuetos. En tiempos de la dominación de España la Santa Madre Iglesia vio la dura explotación en que vivían los indígenas, sometidos a trato de esclavitud por los encomenderos. Para aliviar en algo la penosa condición de aquellos pobres, instituyó abundantes días de fiesta en que no se debía trabajar. Así los peones podían tener algún respiro en sus fatigas. Desde luego esta teoría no tiene la misma certidumbre que aquella de la relatividad -todo es relativo-, pero la pongo a consideración de los historiadores a fin de que la estudien con mayor ciencia con que la puedo estudiar yo. Digo esto porque mañana termina la mexicana fiesta llamada "Lupe Reyes", que empieza el 12 de diciembre, con la celebración de la Virgen de Guadalupe, y acaba con la festividad del Día de Reyes. No somos muy productivos los mexicanos, pero lo bailado ¿quién nos lo quita?... Don Languidio, añoso señor, fue a confesarse. Le pregunta el sacerdote: "¿Has cometido pecados de la carne?''. "No, padre -responde con tristeza el valetudinario señor-. Desde hace mucho tiempo soy vegetariano''... El marido y su esposa estaban haciendo el amor, pero al acto le faltaba el calor de la pasión. "¿Qué nos sucede?'' -le pregunta él a ella-. ¿Tampoco tú puedes pensar en otra persona?''. Cicaterio, el avaro más ruin de la comarca, iba borracho por la calle, cae que no cae, en la madrugada de Año Nuevo. Se lo encuentra un amigo, y le dice: "¡Caramba, Cicaterio! ¡Qué borrachera tan linda te pescaste! Tu dinero te debe haber costado''. "No me costó nada -responde con voz tartajosa Cicaterio-. Me puse a dar vueltas en una puerta giratoria''... El joven agente viajero se vio en la precisión de pasar varias semanas en cierto insignificante pueblecillo. Al cabo de unos días el vigor de su juventud le hizo sentir el urente reclamo a que es proclive la naturaleza humana, que lleva aneja la apetencia de la carnalidad y la libídine. En la taberna del pequeño pueblo el muchacho interrogó a un hombre maduro que bebía. "Perdone, señor -le pregunta con cutela-. ¿Hay en este lugar alguna mujer pública?''. "Hay bastantes -replica el senescente caballero-. Pero ninguna quiere reconocer que lo es''... El cuento que ahora sigue es desaconsejable. Las personas que no gusten de leer cuentos desaconsejables deben saltarse ahora mismo en la lectura hasta donde dice FIN. Un individuo fue a un salón de tatuajes, y le pidió al encargado que le tatuara un signo de pesos en la parte que mis cuatro lectores imaginarán. El tatuador se sorprendió al oír aquella insólita demanda. Le preguntó al sujeto: "¿Por qué quiere usted que le ponga ahí un signo de pesos?". Explica el hombre: "Por tres razones. Primera: me gusta jugar con dinero. Segunda: me gusta ver que mi dinero crece. Y tercera: cuando mi esposa quiera manejar dinero, no tendrá que salir de la casa". FIN.