Llegó don Cornulio a su casa y halló a su mujer en la recámara, en ropas muy menores y presa de inexplicable agitación. Se asomó por la ventana, y vio en la cornisa del edificio a un desconocido. Estaba el hombre en peletier, o sea desnudo, corito, en cueros. "¿Quién es usted?" -preguntó don Cornulio con severidad. (¡Qué pregunta! El nombre es lo que menos importa en estos casos. Bien se advertía que el encuerado tipo era el mancebo de la esposa, su tórtolo o galán). El hombre respondió conforme a la sentencia según la cual a preguntas idiotas corresponden respuestas igualmente idiotas. Dijo: "Soy un ángel". Don Cornulio dudó al oír aquello. ¿Por ventura su casa había sido honrada con una visita celestial? Afortunadamente recordaba lo tocante al método científico aprendido en el bachillerato, principio según el cual todo fenómeno ha de ser susceptible de comprobación. "A ver -pidió al sujeto-. Vuele". "No puedo" -fue la inmediata contestación del tipo. Preguntó don Cornulio, que empezaba a sospechar: "¿Por qué no puede?". Responde el individuo con modestia: "Es que soy angelito pichón". (Mentía el muy bellaco. La jerarquía celestial está formada, en rigurosa escala de abajo hacia arriba, por ángeles, arcángeles, principados, potestades, virtudes, dominaciones, tronos, querubines y serafines. En esa enumeración, sin embargo, no se mencionan ángeles pichones. Cosa terrenal, entonces, y no celeste, era el mentido ángel que don Cornulio vio en la cornisa)... Está por salir en España, si es que no ha salido ya, un libro con 43 poemas inéditos de Juan Ramón Jiménez, encontrados en Puerto Rico. El libro lleva por nombre "Arte menor", y en él se observa la influencia juanramoniana sobre la generación del 27: Miguel Hernández, Lorca, Alberti. Este mismo año aparecerá la tercera edición de otra obra del poeta de Moguer: "Libros de Amor". Dice una nota que los poemas contenidos en sus páginas muestran "a un Juan Ramón carnal, erótico, y muy fogoso con sus primeros amores, y desmonta la imagen de místico franciscano que se puede tener del gran poeta...". Yo digo que se puede ser místico y erótico al mismo tiempo. Tenemos en la poesía mexicana el rutilante ejemplo de Ramón López Velarde, lúbrico y católico a la vez, quien anhelaba encontrar una mujer que fuera barro para su barro y azul para su cielo. La carne y el espíritu van siempre juntos; ninguna ciencia o teología los puede separar. Pongo aquí un punto que debería ser punto y aparte, a fin de salvar toda distancia, y envío con humildad estos renglones a la airada lectora que el otro día reprendió en un mensaje electrónico a Catón, por lo picantes de sus chistes, y luego de amonestarlo con severidad le aconsejó: "Debería usted aprender de su vecino de página, don Armando Fuentes Aguirre, cuya delicadeza, espiritualidad y altos valores pueden servirle de ejemplo"... "¿Estás seguro, yerno, de que así se hace la cochinita pibil?''. "Así se hace, suegrita. Ande, ya métase en el horno''... "Mi mujer maneja como rayo''. "¿Muy aprisa?''. "No. Siempre pega en los árboles''... Y ahora, he aquí el cuento de "La muchacha pedida y dada, más dada que pedida''. El galán fue a pedir la mano de su novia, y se la dieron. Se sirvió la cena, preparada por la chica. El muchacho le dice, feliz: "¡Esto es lo primero que pruebo hecho por tu mano!''. "¡Mentirosillo!'' -responde ella... Una señora le dice a otra: "Mi hija tuvo un bebé prematuro''. "¿De veras?'' -se interesa la otra. "Sí -confirma la señora-. Nació la criatura, y mi hija todavía no se casa''... El vagabundo detiene al elegante señor y le pide con tono plañidero: "¡Por caridad, regáleme mil pesos pa' una copa!''. "¡Oiga! -exclama el caballero con indignación-. ¡Una copa no cuesta mil pesos!''. "Tiene usted razón, señor -acepta humildemente el pedigüeño-. Pero es que cada vez que me tomo una copa me dan ganas de ir con las muchachas''... El tonto galancete logró por fin que la linda chica aceptara una invitación para ir a cenar con él. Se proveyó de unas pastillas que, le habían dicho sus amigos, excitaban el deseo sexual, y cuando la chica se levantó de la mesa para ir al pipisrúm le echó la mitad del frasco en el café. Luego, a fin de asegurar los resultados, puso la otra mitad en su propia taza. Regresó la muchacha, y ambos bebieron sus respectivos cafés. De pronto la chica salta como impulsada por un resorte, y abriendo los brazos grita presa de excitación: "¡Quiero un hombre!''. Brinca el tipo y grita igualmente excitado: "¡Yo también!''... FIN.